Thursday, March 27, 2008
Antoni Marí
Tríptic des Jondal
Traducción del catalán, Mario Bojórquez
De El preludi
III
En el viejo jardín de cuando yo era niño, reposo,
los caminos y las luces me son fieles.
Ellos conocen el rastro antiguo
-la amable fuente que bulle a mi costado-,
y siento que mis miembros aún resisten
y se confunden en la imagen de la vehemencia y de la paz.
En las altivas ramas del árbol se han fijado
los leves filamentos de la nube. Detenidos
entre el tejido de retoños y de hojas,
en el pájaro turbado por su sueño y el olvido.
Dulce es la noche y clara como un sueño.
Silentes los senderos han recordado los afanes viejos
en este libro siempre abierto de los astros y las cosas.
Siempre abierto, pero a menudo recluido
entre el polvo y los árboles que son signos,
en la extensión del mar y las regiones,
en el espacio donde duermen las estrellas.
Vendrá la luz y nada sucederá con sus destellos
y los colores de la mañana teñiran todos los cuerpos,
y entre la luz ruidosa del mediodía
el pájaro olvidará los lugares y los troncos
donde tuvo el raro sueño de una noche.
Es ahora, sin embargo, oscuro,
y sombrío se rinde mi refugio boscoso.
Oscurecido en una noche remota, en una más vieja
que la noche del sol y de las sombras.
Una noche donde sólo la apariencia pudo pensar:
honda, pandémica y celeste, total
amasijo de oscuridad.
La noche hija del Caos y del Vacío. Hermana
y esposa del Erebo, madre del Éter.
La noche fosca devota del ladrón y los amantes.
Que cierra,
bajo la capa bruna,
todos los signos de la luz:
cerrados los lomos, la noche entre los caracteres,
las hojas recónditas,
oscuras ventanas sobre el mar,
confusas en el embrollo de la umbría y la tiniebla.
Ahora,
este olor y la luz,
y las cifras suscitadas del poeta,
sul paterno giardino scintillanti,
ofrecen, justamente, el omiso espacio de confluencia.
Fusión de las palabras, de los vientos que pasan
horizontes de voces repasando la quilla,
la cadencia del mar, del aire el torbellino,
los movimientos del viento, el cuerpo traspasando el aire,
deshilándose todos los sonidos en el centro inaudito.
El ritmo de los pájaros como si la página girara.
La voz durmiendo al libro que despierta a los huéspedes mudos
-muros de mármol desfalleciente-,
que revela de los amantes la palabra perfecta,
la sonrisa más profunda, la mirada más clara.
las voces,
que hacen luz del espejo, y milagro
de los sueños.
Y la tierra, la puerta, los muebles del jardín,
los zapatos y el libro. Y el cuerpo cansado en la hiedra.
La voz que ha dicho las cosas mostrando su secreto,
son las mismas cosas que nacen del olvido,
que develan su cuerpo a la mirada atenta,
-el rumor de la mirada, los resplandores de la voz,
como si la mirada y el sonido implicaran la sustancia-,
y muestran, levemente, su recluida presencia.
La entidad implacable de la fuente vacilante.
De Un viatge d’hivern
VII
Así como el día pasado ya no vuelve,
no volverás a cruzar, de este mar,
sus aguas. Nunca más
del lugar de donde vienes has de volver.
Nunca más volverás a ser el que fuiste,
ni hacer memoria, tan sólo, de tu recuerdo.
Nunca más tu nombre podrá decirlo alguno,
ni recordar tu rostro ni tu frente;
ni si tú fueras pájaro o vegetal o piedra
o el perfil leve de un súbito pensamiento.
Eres una nada de transparente crin.
Eres un surco vacío. Un aliento rasgado.
Un río seco que baja a las orillas
del mar de los muertos y de los astros perdidos.
Sólo el olvido y la oquedad del sueño
son, ahora, las ganancias de la temida suerte.
Sólo el invierno, el frío hasta los tuétanos,
el sentido deshecho, y tu juicio desierto
están ahora en ti y en ti se han anidado,
y devienes hielo y olvido y tinieblas.
No sabes ya quién eres. Tan sólo lo oscuro recuerdas:
el animal fosco que roe tu entendimiento.
que secuestra tu mente y te quiebra las alas
y hacia abajo te lanza, abatido, como un pájaro;
como un pájaro perdido en la pendiente de la oscuridad,
por la hundida cima de un largo arrepentimiento.
Pájaro vencido por el espesor del sueño,
por la hechura del orden, por la sombra del camino.
Por el desaliento de haber perdido la vía,
por el desconcierto de haber perdido el miedo.
De El desert
II
Yo no creía que pudiese volver.
No creía que nunca más pudiese volver
a ver estos campos, donde la soledad
y el abandono gobiernan,
ni estos cerros pequeños que caen
hacia el mar, ni este aire quieto,
que parece detenerlo todo,
ahora que están todos en cama, y duermen.
No creía que pudiese volver
a ver esta luz que da cuerpo
a la sombra, y a la claridad, aturdimiento.
Y creía que no volvería a saber
que la quietud que nos libera
y el silencio que nos nutre
no son la quietud ni el silencio de la muerte,
ni un lugar de la tristeza,
ni el miedo de quien se sabe solo
en medio de la extrañeza del mundo.
No creía que pudiese volver
a sentir que todo es uno y que toda cosa cierta
se muestra en lo que es
si uno está cerca y nada lo acompaña.
No creía que pudiese volver
a estarme quieto, envuelto
por la oscuridad y la sombra de aquella nube
que todo entenebrece y nos deslumbra.
Ni creía que pudiese volver a este desierto
que el alma ha creado a imagen nuestra.
No creía que pudiese volver nunca más,
ni que fuese yo, tan sólo, aquel
que otra vez, aquí,
volvía.
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