Monday, January 28, 2008

En la revista Trilce de Chile


Entrevista a Mario Bojórquez por Omar Lara

A Mario Bojórquez (México, 1968) se le considera uno de los poetas más prestigiosos e influyentes de la actual poesía mexicana. Obtuvo recientemente el premio de Poesía Aguascalientes, galardón de los más significativos que se concede en ese país. Por su activa y fuerte presencia en la escena literaria, por su vinculación estrecha con los creadores emergentes y por su ascedente presencia en el panorama de la poesía hispanoamericana, Trilce le propuso el temario que presentamos a continuación.



1. Mario, tu reciente libro de poesía, Pretzels, se sitúa en una serie ya rica de creación poética. ¿Cómo ves tú la relación entre este libro y tu poesía anterior? ¿Es un camino nuevo, continuidad o profundización de tus colecciones previas?

Desde mi primer libro Pájaros Sueltos, existe una preocupación fundamental por un discurso poético que trata de recuperar el tema de la imperfección del alma, es decir, que el hombre busca afanosamente completar su deseo sin conseguirlo, en las cosas más nimias y aun en aquellas que definen su espíritu; y también desde ese primer libro hay dos maneras de acotar el tema, por una parte la recuperación de la tradición hispánica hasta sus últimas consecuencias, donde las formas tradicionales de la poesía son un elemento sustancial de la expresión, lo mismo podrás encontrar ahí un soneto que combinaciones métricas diversas; pero de igual modo encontrarás distintas maneras de exploración del lenguaje, ya desde el punto de vista eminentemente lingüístico, hasta progresiones retóricas evidentes; creo que existe un repudio impensado hacia las formas más prestigiosas de la expresión poética, se piensa, creo yo, equivocadamente, que la vanguardia es el único refugio de la literatura actual, pero me permito recordar que las vanguardias son un asunto ya pasado de moda, que el futuro cantado en las vanguardias ha pasado ya y que vivimos un tiempo nuevo y que tiene una velocidad que debe ser entendida: los procesos industriales y de comercialización global, el mundo paralelo de la cibernética con sus placeres virtuales, la entronización de las migraciones con los sub-productos de insaculación metalingüística, el dinero de plástico y un capitalismo degradado que nos hace más una estadística que personas reales; pienso que existen mitos acerca de lo que debe ser el gusto de la época, cuando desde la provisional preceptiva moderna se te impone la casi sagrada obligación de establecer el sujeto poético la respuesta será:

Pero cómo decirme, decirte, decirles
que tengo, tienes, tienen, los ojos entornados
si al final de los ojos, guardo, guardas, guardan
la almendra de los días y los rotos veranos

Pero como callarme, callarte, callarles
Estos silencios suyos, tuyos, míos
Si en mis, tus, sus ojos hay palomas azules
sobres campos de sangre, que yo, tú, ellos
miran, miras, miro


2. Por conversaciones incidentales contigo (incluso relativas a la poesía popular), me he dado cuenta que te preocupas y te interesas fuertemente en los aspectos métricos y en las implicaciones retóricas de la poesía. ¿Por qué? ¿Cuál es la importancia que le atribuyes a estas dimensiones del hacer poético que, en general, son poco usuales entre tus hermanos de profesión?

Yo no creo que sean poco usuales, creo que se trata en lo posible de ocultar esos procedimientos como si fuera un rasgo de flaqueza; en tu país, dos personajes simbólicos construyen primordialmente su trabajo a partir de estas ‘implicaciones’ ¿Hay algo menos evidente en Nicanor Parra o en Gonzalo Rojas que la utilización de una retórica, decantada y clásica? Y sin embargo decimos que son modernos en su expresión, si seguimos con atención el verso libre de Neruda, veremos que debajo subyace el uso de sonoridades métricas bien definidas como el endecasílabo o el alejandrino, es decir, Rubén Darío reloaded. ¿Y qué con Vallejo? Igualmente usos retóricos, más elaborados que en Neruda, pero de la misma raíz. En México existe una actitud sacramental hacia la tradición en materia poética, poemas que entendemos como eminentemente modernos, Muerte sin fin de José Gorostiza, por ejemplo, que está escrito en la forma tradicional de silva como la estableció don Andrés Bello o Piedra de sol de Octavio Paz, un largo aliento de quinientos y más endecasílabos, nos están dando la ruta de lo que en poesía mexicana vamos a desarrollar como tradición y ruptura, nuestro poeta de vanguardia, Manuel Maples Arce, escribe indefectiblemente en alejandrino, yo respondo a esas coordenadas. Cuando se levanta el edificio de lo que se ha llamado el Neobarroco, el inventor de la palabra, Severo Sarduy, nos lo da en metros impecables, cuando leemos en Carlos German Belli, su Hada cibernética y Bolo alimenticio, lo hacemos en metros indiscutiblemente españoles. En cada elaboración pretendidamente moderna yo leo elementos prosódicos de la más rancia crepusculalla.


3. Luego de tu lectura en el Encuentro de Villahermosa coincidíamos con el crítico Jaime Concha en el esfuerzo que hacías por marcar énfasis, acentos, modulaciones en algunos de los versos, sobre todo los estribillos o motivos dominantes (en el poema sobre el odio, por ejemplo). ¿Es solo una práctica de tu modo de dicción poética, de la recitación o algo deliberado en tu idea del ser del poema?

La poesía en los tiempos que vivimos tiene su vehículo en la letra impresa, hacer una lectura de poemas constituye un rasgo de escenificación para la que los poetas, por lo general, no estamos capacitados; es esencialmente un recurso que proviene de la oratoria y entre nosotros de la declamación en la escuela primaria, no recuerdo, por otra parte, a un solo poeta que no cometa estas evoluciones, en mayor o menor medida, en sus presentaciones públicas. Estoy, además, terminantemente en desacuerdo que un poeta que no sepa leer medianamente bien, tome la palabra en actos públicos, pues mucho debemos a éstos el desprecio de los lectores modernos. Nada aburre más en la vida, que una mala lectura, el sonsonete vacuo de emoción con que nos regalan algunos colegas, son la peste que reproduce bostezos y aún ronquidos en cualquier sala. Finalmente pienso, que dicción perfecta equivale a sintaxis perfecta, sonido y significado son los dos valores que marcan el signo lingüístico desde Saussure y en el caso del poeta estos valores son los que dan la mayor relevancia a su trabajo.


4. Tu poesía –hasta donde conozco- recorre varios espacios del mundo mexicano (Tijuana, etc.) y del país del norte. ¿Cómo integras en tu poesía estas geografías diversas? ¿Son parte de un movimiento centrífugo? Dime tu autopercepción de esta pluralidad de entornos y de su función en tu vivencia como poeta.


Se escribe para dejar memoria de lo vivido, los viajes que aparecen en mi trabajo, las ciudades, las regiones, tratan de ser testimonio de la maravilla que me causa lo nuevo, lo recién recorrido, el poeta siempre está alerta de su entorno, observa con atención el mundo que lo circunda, en Pretzels se trata de la hermosa ciudad de Nueva York y llega hasta diversos pueblos de New Jersey y aún a Pennsylvania, en viajes recientes pude completar mi recorrido por Washington DC, Virginia y Maryland; creo que Pretzels es una guía espiritual que no pretende ser la postal, están ahí diversos escenarios de esa región pero no quieren ser una fotografía, quieren más bien reproducir estados de ánimo, conexiones anímicas con los espacios, la lengua, las costumbres; en otros momentos de mi obra aparecen los bosques de Portugal y Galicia, sus ríos y también esas lenguas que en otro tiempo fueron una sola. Muchas veces el viaje es también un itinerario de la poesía, viajar por la región más occidental de Europa me hizo recobrar la tradición galaico-portuguesa que resulta fundamental para mi conocimiento de la poesía hispánica, Alfonso X, el sabio, escribió toda su poesía en esa lengua siendo rey de Castilla y de León; mi viaje por el Rosellón francés y Cataluña me permitió conocer de cerca la tradición provenzal.


5. Desde lejos –o, más bien, desde fuera- de México se divisan muchas líneas y actitudes ante la poesía, tantas, que es difícil categorizarlas debidamente. ¿Cómo caracterizarías tu propia posición en el cuadro o paisaje de la poesía mexicana? Indica algunas coordenadas que permitan situarte (estética, generacional, ideológica, etc.)

En México hay dos posiciones muy definidas al respecto del ejercicio poético, a una se le ha vinculado con las llamadas vanguardias latinoamericanas, el crítico uruguayo Eduardo Milán ha tratado de promover esta relación, esta opción mira con desequilibrado gusto la poesía de la dificultad, y tiene en la literatura mexicana referentes importantes en la prosa de autores de Jalisco: Juan Rulfo, Agustín Yánez y Juan José Arreola; y otra más que trata de recuperar el legado de la generación posterior a Contemporáneos, donde tres nombres fundamentales son el signo de distinción: Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño y Eduardo Lizalde, yo me sumo a ésta, creo en la tradición lírica de mi país, no descuido que el español mexicano es el más extendido del orbe y que cuánto sucede en la poesía de mi tierra tiene una repercusión en el continente de la lengua, creo pues en la tradición y en el desarrollo de estéticas que ahora mismo están germinando y que seguramente muy pronto encontrarán caminos adecuados de divulgación, estás, sin duda, darán cuenta de lo que apuntábamos arriba: los procesos industriales y de comercialización global, el mundo paralelo de la cibernética con sus placeres virtuales, la entronización de las migraciones con los sub-productos de insaculación metalingüística, el dinero de plástico y un capitalismo degradado que nos hace más una estadística que personas reales. Cuáles serán sus características más peculiares, no lo sé, pero creo que incluirán, una nueva velocidad léxica, la exploración de un lenguaje desde derroteros metalingüísticos, la utilización de diversas lenguas multimodales y una elaboración cada vez más compleja del légamo sintáctico. Es por eso que debemos conocer, sin deficiencias, el complejo sistema de versificación castellana y sobre todo, el lenguaje figurado y sus posibilidades infinitas.

6. Por último, la pregunta de cajón y de rigor: ¿quiénes son los poetas que más lees? ¿Hay alguien, o algunos, que hayan orientado y guiado creadoramente tu voz? ¿Qué lecturas extrapoéticas realizas o te gusta cultivar?

Fernando Pessoa y sus autores me han marcado especialmente, sobre todo Álvaro de Campos, y desde la prosa Bernardo Soares, he aprendido portugués para leerlo en su lengua original, de todos el que menos me emociona es el propio Fernando Pessoa, su poesía demasiado mística me produce poco interés, pero esta crítica de Álvaro a los valores más conspicuos de la moral europea de principios del siglo pasado, su ácida actitud hacia sí mismo, su intolerable pasión por lo nuevo, por lo extraño, por lo inaceptable; en Alberto Caeiro su inocencia, su materialidad blasfema, su objetivada naturaleza; en Ricardo Reis, su pulido clasicismo, su paganismo desencantado, su expresión justa. En estos tiempos me he divertido mucho traduciendo a sus autores menos conocidos, Maria José, la jorobada que escribe una Carta de amor al cerrajero, Vicente Guedes y su Diario Lúcido, el Barón de Teive y la Educación del Estoico. Mis lecturas extrapoéticas están enfocadas al aprendizaje de las lenguas, ahora, por ejemplo, me emociona mucho el japonés.

Monday, January 21, 2008




Con admirable arte editorial a cargo de Anuar Jalife Jacobo, ha empezado a circular Diván de Mouraria publicado por la Universidad de Guanajuato, el próximo martes 11 de marzo a las 19:30 será su presentación en la hermosa ciudad colonial. Esta es una excelente oportunidad para los lectores de la Casida del odio de obtener en edición original el texto.

Tuesday, January 15, 2008




PATA DE GALLO

Suplemento de poesía de Literaturas.com

REOJOS

JOSÉ KOZER entrevistado por MAURICIO MEDO



José Kozer (Cuba, 1940) Emigró a los Estados Unidos en 1960. Ha publicado numerosísimos libros y antologías para los más de 4400 poemas que lleva escritos. Algunos de esos libros son "Padres y otras profesiones"(1972), "Y así tomaron posesión en las ciudades" (1978), "Bajo este cien" (1983) "El carillón de los muertos" (1987) o "Trazas del lirondo"(1993). Se desempeña además como ensayista y traductor, y es colaborador asiduo de varias revistas y publicaciones internacionales.


ENTREVISTA

Un primer aspecto que me inquieta es encontrar en algunas de tus reseñas biográficas la siguiente frase: Ha publicado numerosísimos libros y antologías para los más de 4400 poemas que lleva escritos. La idea que uno se lleva al leer esto es la de los poemas, como unas unidades probables, que al encontrarse unos con otros van tramando una obra (WIP- work in progress- como hablábamos) en donde la noción de libro sería reemplazada por la vida misma. ¿Es decir, más que una obra, con tales y cuales características, en tu proyecto de escritura el soporte real sería la propia vida.

Ahora te vas a inquietar más: 4400 poemas es una cifra caducada. Si cuento el poema que hice esta mañana, y que corregiré mañana por la mañana, según acostumbro, el cómputo asciende, hoy 25 de mayo del 07, a 6786 poemas. ¿Qué decir? Aunque me gusta el número ascendente, sé que no es cuestión de números, en todo caso la condena procede de la letra y no del número, y al respecto, lo primero que te comento es que desde hace tiempo, tal vez décadas, no me identifico para nada con el concepto de la página en blanco, por demás tan cacareado, sino con el de la página en lleno. Cada vez que hago un poema, la idea del enfrentamiento con la página en blanco, y de que ese enfrentamiento (lo cual parece tener un carácter bélico que me desagrada) implica un amilanamiento, un temor, e incluso un sentimiento de horror y de atrevimiento, para mí no existe: no tengo miedo a escribir, tenerlo implicaría darle demasiada importancia a lo que no es más que una actividad del ser humano que funciona dentro de límites generales y personales, y que no es tan trascendente como se pretende. Así, al sentir a diario la convocatoria, el golpe instintivo de la forja del poema, lo cual en mi caso suele suceder temprano en la mañana, y durante el proceso de mis abluciones, y tras el frugal desayuno de todos los días en la compañía de Guadalupe, no me pregunto nada: oigo unas primeras palabras, apenas veo nada, esas palabras, medio sueltas, sin titubeo ninguno las inscribo sobre el cuaderno que tengo a mano (unos cuadernos de dibujo que usan los pintores para hacer sus bosquejos, y en los que trabajo desde hace décadas) y me pongo a escribir. Al dictado. No exagero ni pretendo: es al dictado. Voy farfullando el poema, el texto se me dice, se desdobla y bifurca, adquiere sus propios tonos, ramificaciones, y yo lo único que hago es seguirlo al trote, según se me impone. Una imposición dichosa. Una dicha breve. Su duración es más o menos de unos veinte minutos, a veces una media hora, otras unos cuarenta minutos, rara, rarísima vez, una hora. Por lo general el texto se hace en una o dos sentadas (es lo que suele ocurrir). Así, empieza su eslabonamiento de palabras, siguiendo ciertas estructuras de las que participo hace años, se interrumpe, dado que bajo a nadar con Guadalupe, y al regreso, en el punto en que lo dejé, o me dejó de momento, lo remato. Al rematarlo, ocasionalmente me lo leo y corrijo parcialmente in situ: lo normal, sin embargo, es dejarlo para el día siguiente en que de nuevo, al corregirlo, lo farfullo y canturreo, hacia adentro, apenas audible, a flor de labio que es a flor de piel, y en un punto determinado, lo tranco: no hay nada más que corregir; está, digamos que a satisfacción y, habiéndolo tecleado ante la pantalla de la computadora, lo guardo, imprimo dos copias que firmo y fecho (vicios del ego que no acepta su inminente y sempiterno anonimato) copias impresas que encarpeto (en carpetas que por lo general contienen 60 poemas) y me voy. Terminé. Ese poema para mí, casi al toque, deja de existir. No lo recuerdo, apenas o para nada, a la hora; al día siguiente sería ya incapaz de recordar su título, su contenido, sólo queda en mí un sentimiento de placer, un regusto, de haber vuelto a escribir. Tabula rasa. Pienso que justo a este procedimiento le debo poder seguir escribiendo desde un incesante eslabonamiento que, entre preocupado y despreocupado, realiza su trabajo: un trabajo. ¿Más importante que el del zapatero que lezna en mano repara o fabrica? Bueno, si el zapatero de la lezna se llama Jacob Böhme, imagínate, qué decir: mas, si se trata de un zapatero remendón, la labor del poeta se puede decir que es más importante para el ojo lector y menos importante para el pie necesitado de calzado. Así de sencillo: todo tiene su sitio, y el Orbe es perfecto. ¿Bromeo? En parte. Donde no bromeo es si te digo que en un poema escrito por mi mano, no soy yo quien ha colocado sus palabras; ellas se han colocado, digamos que por su cuenta y riesgo. Luego estoy de acuerdo o en desacuerdo con la colocación de las palabras, pero ese acuerdo o rechazo no es más que oficio. Creo que recibimos un don, reconocerlo casi siempre lleva tiempo, tras reconocerlo lleva tiempo aceptar ese destino, un destino cotidiano, un destino que te roba de muchas posibilidades y te da otras: algo tiene de maldito ese destino, mucho tiene a la vez de regocijo y júbilo interiores. Esa dádiva, aceptada, implica una responsabilidad, que para mí consiste en jamás cederle a la realidad externa un ápice de lo que el poema registra desde su interioridad sobrecogida (peculiar). Es decir, no puede haber sentimentalismo barato, ni el menor oportunismo, sea lingüístico, político o mercantilista, sólo puede existir el mejor de los textos posibles tras el momento de gestación y corrección: no hay de otra, y como no hay de otra, pocos poetas dan, darán la talla. El falseamiento del estro es el pan nuestro de cada día, cada hijo de vecino de pronto te saca de la faltriquera su poema, y al grito de yo también escribo poesía, te mete por las narices, su creación. ¿Creación? La pucha. Dan ganas de chillar. Ahora, en esta falsa democratización en que vivimos, y que tanto padecemos, todo el mundo se siente con derecho a arrogarse la capacidad del creador. La dama que en la televisión, en un programa de cocina, te explica una receta, te habla de su oficio (que no es de pacotilla pero que el negocio mercantilista, degradante, lo convierte en pacotilla) como creación. Esa dama acaba de “crear” un bizcocho genial, o ha preparado una tortilla de papas que en todo el Universo no tiene parangón. Su tortilla resulta de la capacidad creadora de la diosa cocinera, que en cuanto tal merece un sitial: semejante al que ocupan, cómo no, Vallejo, Lezama, Trakl, Celan o Baudelaire. Es diabólico ver cómo se degrada el lenguaje, se degradan los conceptos, para que todos, todos puedan ser creadores. ¿De qué? ¿De la mejor manera de vender condones, o del mejor modo de pintar, brocha gorda en mano, las fachadas? La confusión es padre: ya el público lector (que más bien es un público no lector) no sabe dónde está parado. Poesía es la que hace mamá y la que hace papá: el adolescente pajero muestra su primer poema y todos aplauden; el joven rebelde, el angry young man del día lanza sus aspavientos masturbatorios a los cuatro vientos, y ya es poeta. Hacer poemas es algo serio: requiere, y hay que decirlo así, una vida de sacrificios, a todo nivel, desde el económico al familiar al social: pero todos aspiran, pocos se consuelan de la propia falta de talento, y arre que te arre, vengan todos a publicar libros, a sacar poemas, a recibir premios que suelen ser premiecillos (jadeantes manipulaciones del mercado editorial. Y de los millares de poetas frustrados) y a seguir dándole la lata a la pobre dama poesía. Yo desde hace tiempo ando suelto. No me hago mala sangre con nada de esto (reconozco que a veces me harto y exploto, pero tras la explosión, que es purgativa, me sereno, y me siento a leer). Ahora bien: aunque alguien asuma su destino de escritura, y asuma el sacrificio implícito en ese tipo de vida, nada le garantiza la posesión del don, del talento. Te relato un episodio: me llama alguien, me dice que quiere contar con poemas míos para una (otra) antología de poesía, y esta persona, para convencerme de que participe, me espeta: “y fíjate, ya tengo 175 poetas para la antología”. Y yo: “pero si no hay 175 poetas en toda la historia de la literatura”. Casi me cuelga. Así, y más allá de esta problemática de los oportunismos, las prepotencias, lo subjetivo y personal del cotarro y gallinero de los poetas, me parece que en mi caso lo que hago, con cotidianeidad (y siendo un ser supersticioso, cruzo los dedos para que esa cotidianeidad continúe) implica, no la noción de hacer libros sino la de hacer poemas, poemas que por supuesto en su totalidad constituyen un libro (y por Dios, no un Libro ni el Libro) y que si bien se desgajan en libros sueltos (que son los que publico) (y publico mucho) no cerrará su página final, con broche de oro o plata, u oro del moro o estiércol fétido, sino el día último en que, desde mi vida, escriba mi último poema: último poema que puede ser el que escribí esta mañana, o el que escribiré muriéndome (se lo voy a dictar a Guadalupe). Se acabó.


Hablas del trabajo de escribir como “plegaria, respiración, compromiso, un modo de cumplir con un destino entre irreal e impuesto”. Te confiesas grafómano y a tu escritura como el paliativo ante el "escándalo de la muerte" –citando a Canetti. Pregunto, ¿la escritura como un estado de constante meditación? En otro momento confiesas: Mi voracidad me llevará a consumir mayores dosis de letra impresa, puede que me convierta en una lepisma que devora con exclusividad papel impreso. De ser así, habré alcanzado el Paraíso convirtiéndome en sucesión interminable de textos. ¿Deberíamos entender el silencio de esta contemplación, que es la conversión de la esencia individual en lo que uno contempla, como el de la “iluminación” de la escritura?

Esta mañana terminé un Autorretrato, y disculpa por citarme, con el siguiente momento de un largo verso, eso que algunos gustan de llamar versículo: “a punto de tropezar con mi efigie, y en mi efigie (bajorrelieve de la Nada) de qué me sirve mi cadáver.” Fíjate, por un lado, ese bajorrelieve de la Nada, tal vez conciencia de Nirvana, y por otro, el desgarre textual donde el yo poético expresa desesperación, angustia. Así, ¿de qué iluminación puedo hacer gala en mi escritura? No creo que se trate para nada de la escritura de un ser iluminado o alucinado, se trata de la escritura de un ser que persiste en devorar papel en blanco, garrapateándolo. Ese ser se siente a veces lepisma, otras cotorra, otras persona espiritual, y al rato se siente desesperado, porque la carne se le va a morir. Es un ser dichoso y a la vez infeliz, un ser extenuado y lleno de energía. Energía y no poder, pues, y aquí hablo de mí, no quiero fuerza ni poder: quiero energía. Hay un verso que escribí hace unos meses y que todavía me hace reír: “La materia no se crea ni se destruye, me desorienta.” Es la verdad. Estoy desorientado. No sé nada, apenas recuerdo (de ahí que invente todo el tiempo) y justo al saber poco (y poco recordar) me encuentro en un espacio bastante vacío, amplio, donde puedo dar rienda suelta a lo que amo: escribir, reír, conversar con Guadalupe, estar: estar en casa, estar nadando, estar caminando, leyendo, oyendo música clásica, sobre todo a Bach, pero también a Dowling, a Messiaen, a Nanae Yoshimura tocando el koto (la vi tocar hace poco en México y fue un momento epifánico para mí) a Monteverdi. Un estar (estancia, temporal) del que acarreo materia y materiales de trabajo que voy incorporando, apenas dándome cuenta, a los poemas que hago. He contado ya varias veces, en público y por escrito, que durante años, más o menos hasta hace unos 20 años, yo tenía la cruenta, feroz necesidad de hacer poemas: poseía, lo que bien se puede llamar, una voluntad de hacer poemas. No hacerlos era estar muerto. No hacerlos era no existir. Recuerdo veces en que no me venía un poema y me lo imponía, desde esa voluntad del quehacer. Sufría, padecía de retortijones de estómago, cagaleras poéticas, palpitaciones, incluso mareos: y apenas descansaba (nunca he sabido descansar a fondo). Hace unos veinte años, quizás como consecuencia de la práctica poética, de repente dejé de querer hacer poemas y éstos empezaron a hacerse, ajenos a mi voluntad (aunque no del todo, no es en blanco y negro este asunto) desde lo que considero una naturalidad, un auténtico estado natural del ejercicio poético. Viene el poema, empieza a ocurrir, ocurre, termina, y a otra cosa mariposa. Y así, casi a diario, escribo un poema (estuve en Cuba, por primera vez en 42 años, en el 2002, y desde ese viaje he escrito un poema todos los días: no casi a diario sino a diario. Algo me sucedió, no lo entiendo, tampoco lo cuestiono, y a lo que dure, casi no es asunto mío). De modo que, en efecto, la escritura se me ha convertido en trabajo de alfarero, quehacer monástico (momentáneo) plegaria sin duda (eso lo noto al farfullarla, al canturrearla) respiración y hálito de vida: mantra. Molinillo de plegarias. Vuelta del derviche. Estoy comprometido, pero con toda naturalidad: no hay nada forzado, ya, en este ejercicio, en esta práctica: no es práctica arrogante (todos los días me repito un mantra que me inventé: “no pretender, no disputar, no imaginar.”). Es práctica, lisa y llana, apenas tiene modo de ser adjetivada. Cierto que es un modo de paliar la muerte, ese ciernes que quiérase que no pega duro. ¿A qué morir? Caray. Vaya cosa. ¿Qué ocurrencia? Y cuán a destiempo y a deshora. Casi preferiría ser de piezas metálicas, organismo de hojalata, con conciencia y sentimiento, y en vez de morir tan pronto, vivir (aceitado) un par de siglos: ¿para hacer poemas? ¿Para leer? Para pescar también, dado el caso. Y caminar. Estar abierto de ojos. La vida es un jolgorio, y aunque nos vemos tantas veces caminar cabizbajos, más bien se puede vivir desde una salud gozosa, y desde un júbilo tranquilo. Disfrutar. No regodearse sino disfrutar. Tu pregunta habla de un Paraíso en escritura: para mí existe. Existe, a lo que sé, aquí, ahora y aquí en que tecleo (improviso) estas respuestas a tus preguntas, en un teclado situado ante una computadora algo obsoleta, donde sonriente veo entroncar letra a letra unas palabras que pretenden ser una respuesta a unas preguntas hiladas desde el exterior: un exterior que en este caso contiene el interior de un poeta peruano llamado Maurizio Medo.


Tú eres un emigrante quien, a su vez, proviene de emigrantes (tanto de Checoslovaquia como de Polonia) En Cuba tu abuelo fue fundador de una sinagoga mientras que tu padre era ateo. Con esto imagino que creciste entre las sonoridades del ídish con las del habanero – es decir con una amalgama de oralidades, más que “mestizas”, paralelas. Luego está tu experiencia en la enseñanza de profesor de Idiomas románicos en Queens College, Nueva York, ¿esta vastedad de códigos, de hablas, ecos y resonancias al conjugarse en un texto, si es que pudieran conjugarse bajo la máscara del idioma español, no hacen que en ti lo barroco (o neobarroso) se presente como algo implícito? ¿No será un sello de la propia identidad? Y también ¿podríamos decir que “yo” en tu escritura es el lenguaje y “Kozer” podría constituirse ahí como un “signo” más?

Tu pregunta contiene la respuesta. En efecto, vengo de una amalgama de hablas, las calificas más de paralelas que de mestizas. Eso me resulta interesante, nunca me lo había planteado así. De niño las sonoridades del yidish se divertían incrustándose en las del cubaneo, hasta el punto que me inventaba palabras valija (como comprenderás, siendo niño, aún no había leído ni a Huidobro ni a Joyce) que eran aleación de palabras en yidish vueltas español, cubaneadas. Creaba verbos trasmutados del yidish al español, los cubanizaba, les daba una pátina de realidad que me divertía: esas palabras merecían, merecen, la casa del diccionario. A esa urdimbre se suma luego el destierro: el idioma inglés, que hasta el día de hoy resisto con toda cordialidad, más el mejunje de idiomas que conforman eso que llamamos el español, y que van originando en mi escritura, también en mi habla, registros compuestos, lenguaje amalgamado que refleja el idioma de los peruanos o de los argentinos, de los andaluces y los madrileños, de los chilenos o las gentes del Caribe, conforman lo que en mi país llaman “un arroz con mango”. Hace poco en Ecuador oía a mucha gente decir con toda naturalidad la palabra chévere (que es cubanismo, algunos dicen que se originó primero en Venezuela): pregunté si eso era algo nuevo, y para mi sorpresa me explicaron que en Ecuador se dice chévere desde hace décadas. Es decir, que ya no hay palabras “nacionalistas” o que pertenecen a un solo lugar. El registro localista, costumbrista, unívoco, desaparece. Las palabras se internacionalizan, se vuelven aldeas globales, pertenecen a todos, de modo que un chicano o un cubano americano, son dueños de asimilar todo el lenguaje de lengua castellana, sin sentir el menor empacho. Y el que no lo haga, considero, esta fuera de la modernidad. Lo moderno ahora es hablar Babel. Y bien: ese hablar babélico es fruición barroca. Y siéndolo, la escritura que hago, que hacemos varias gentes del continente latinoamericano, es una escritura barroca natural. No estamos imitando a los clásicos, ni mucho menos desvirtuándolos o derrocándolos. Por el contrario, desde una devoción y un respeto ecuménico, asimilamos las lecciones maestras de Góngora, Gracián, Quevedo, el Cervantes más denso, el registro de los llamados barrocos menores, que de menores no tienen nada. Un poeta que anticipa a Góngora es Baltasar del Alcázar: es un monstruo de la jocosidad (sus poemas serios no me interesan pero su poesía jocoseria me maravilla): desde esa asimilación que se incorpora a nuestro sistema sanguíneo, a mi juicio expresamos, desde una densidad, desde índoles de ocultamiento, de pliegues y repliegues, de recodos y revueltas de caminos, la vida actual en toda su dificultad. Hay poesía de la dificultad (prefiero el término, al menos en estos momentos, al de Neobarroco) porque estamos insertados en un mundo de dificultad, un mundo que ha dado un giro tremendo, y que a todos nos desconcierta, nos asombra y maravilla, y a la vez nos pone a temblar. Ese temblor, unido al metafísico, es el que el lenguaje amalgamado, barrocón y denso, exige, o al menos me exige, para poder hacer una escritura más o menos cercana a la realidad cotidiana: una realidad que aparece momento a momento más en función de imágenes que de escritura, imágenes que al poeta le corresponde poner sobre el tapete, con el lenguaje que le resulte más idóneo: sea coloquial, sea barroco, es lo de menos; lo de más es que sea verdadero, que refleje en cuanto es posible, la realidad, y en concreto, desde un texto que funcione; es decir, que en cuanto texto no tenga caídas, flojeras, abaratamientos ni bobadas o chorradas que venden barato al texto. Rigor, lenguaje amplio y denso, dejarse llevar por vericuetos, cantar, contar, nada descartar, correr riesgos, los mayores riesgos posibles, y así, hacer poemas. De modo que “yo” es precisamente el lenguaje que nos escoge para cantarse y contarse a sí mismo, tal y como sugiere con acierto la pregunta, y Kozer (¿qué es eso?) un signo más. Esta situación que me tocó, por seguro tiene mucho que ver con mis orígenes sánscritos, mis ancestros babilónicos, mis antepasados asirios, galileos y nefelibatas. Una situación que luego la catalizaron unos miembros de mi familia, “bichos raros” en un ambiente tropical, que me legaron la distancia, la extrañeza, el sentido de lo bíblico (y de ahí al zen no hay más que un paso, para quien lo sabe dar): abuelos y padres que gestionaron por mí, desde su gesta migratoria, dolorosa y gozosa, un camino de escritura que, a estas alturas (o bajuras) de mi vida, recorro, creo, desde una libertad interior. Ese legado contiene salud, apertura existencial, mucha cordura y sentido de la realidad. Me han pasado muchas cosas, pero en general ahora puedo decir que no me ha ido mal del todo: y si es así, aparte de mis propios esfuerzos y reconocimientos, de mis trabajos y los días, mucho debo a esos antepasados que me dieron un fuerte sentido de la realidad como modo de vivir, más que como modo de operar. Un sentido de la realidad que se forja con base al respeto mutuo entre todas las criaturas (cuando nado por la mañana, rescato de la piscina a unos bichitos que de no rescatarlos se ahogarían: y cada vez que saco uno con vida y lo veo salir volando, considero que he rescatado a un bodhisatva a punto de fenecer: quizás no me lo perdone pues ese bicho bodhisatva estaba justo a punto de entrar en Nirvana y le eché a perder la disolución: lo cual, en todo caso, provendría de que aún no estaba listo para el acceso). Estos antepasados míos me legaron una ética, un sentido fuerte de responsabilidad, de trabajo, de energía que hay que saber encauzar, para que en vez de energía destructiva o neurótica, sea energía constructiva, dadivosa. A partir de esos antepasados, entes migratorios, está mi propia emigración: un aspecto de la misma que me interesa cada vez más, y que quizás tiene que ver con la situación íntima, consciente o no, del emigrante, o del desterrado, es que éste tiende a conservar el idioma del día de partida: así, existe lo que podría denominar un cementerio de palabras caídas en desuso, un auténtico cementerio de palabras obsoletas. En mi caso, este cementerio está lleno de tumbas en español y en inglés. Mi inglés opera desde el inglés neoyorquino que aprendí en la década del 60, y a cada rato uso expresiones, vocablos, que veo no existen ya: se entienden, pero no tienen vigencia. Lo mismo me sucede con el español, el que mamé en Cuba, y el que recibí en las dos primeras décadas de exilio, a través de mis estudios y mis lecturas, y sobre todo de mis estancias en España. Se trata de un lenguaje “anquilosado” que no se ha desprendido del refugio emocional del día de la partida. Si ese lenguaje se hubiese vuelto exclusivista, un lenguaje a la defensiva, no hubiera crecido ni me hubiera abierto a la polifonía del español (ni a la del inglés, idioma democrático por excelencia: a todos roba, y de todos asimila, sin dar explicaciones de índole académica): por suerte, considero, a la vez que conservé el idioma del día de la partida, o el idioma incorporado en la primera etapa de exilio neoyorquino, me abrí a los cambios idiomáticos, generacionales, que con el correr del tiempo se han sucedido. De ahí, una riqueza: la riqueza que entra por el ojo abierto, el oído asequible, encandilado, y que luego sale por la boca, desde el vientre, desde el sistema circulatorio, respiratorio, intestinal.



En una ejemplificación didáctica tu señalas tres modelos básicos dentro de la poesía neobarrosa. Nombras a tres modelos o categorías Pesadas (donde estarían las escrituras de Deniz, Espina, Bueno y Jiménez) Medianamente Pesadas (o quizá Medio Ligera) – donde encontraríamos las de Echavarren, Perlongher y Bracho- y una Ligera – donde podríamos considerar las de Huerta o Zurita. Siguiendo con el esquema ¿dónde situarías la de Kozer? Por otro lado me comentabas que “pensabas que Medusario había cumplido” pero en las escrituras post-Medusario, me aprovecho de tu oficio de lector, ¿cómo podríamos situar a las nuevas manifestaciones de lo neobarroso en Latinoamérica, las hay?

Me situaría al lado de los neobarrocos del peso medio o mediano. Mi trabajo no tiene la extremosidad de lenguaje del de Espina o Deniz, la microminuciosidad lingüística de Reynaldo Jiménez, ni el espesor multilingüe y mestizo de Wilson Bueno o del chileno Andrés Ajens. Tampoco la ligereza magnífica, la profunda transparencia de un Huerta o de un Zurita. Ahora bien, y es lo que más me interesa resaltar, entre todos constituimos una familia: cada miembro es quien es y entre todos, abrasándonos en escritura, hacemos una poesía que goza de un cierto aire de familia. Esa familia, de manera parcial a modo de muestra o muestrario, se recogió en Medusario, antología que mucho debe a la presencia espiritual, crítica y poética de Roberto Echavarren. Y de Medusario, de su existir entre los jóvenes poetas de América Latina (en España apenas se conoce esa muestra poética) hay ya secuelas (no secuaces ni imitadores, sino poetas que reconocen la importancia de la poesía de la dificultad y se lanzan al ruedo dispuestos a llenar sus propias páginas, en libertad). Escritura automática no; escritura en libertad, y al máximo posible, contra todas las resistencias, interiores y exteriores, sí. Desde esa posición, que no es de trincheras, sé que ya hay muchos jóvenes haciendo una magnífica escritura en lengua castellana, una escritura que no por joven desmerece: y podría mencionar nombres, varios, interesantes, renovadores, de poetas entre 25 y 40 años de edad, haciendo poemas que, cuando llegan a mis manos, me hacen dar saltos de alegría. Y qué alegría. No salto muy alto porque a mi edad es peligroso, pero experimento una profunda alegría leyéndolos: y son muchos, en Cuba, México, Perú, Argentina, Brasil (extraordinaria es su actual escritura) Uruguay. Lo que prima, hasta el día de hoy, en poesía, es el registro coloquial, y éste se conjuga con el neobarroco, que sigue siendo minoritario, y que es más juguetón que irónico, más descarnado que de la experiencia. Cuento un episodio: hace unos meses íbamos del DF a Tlaxcala, la carretera a tope de tráfico, la marcha, nada nupcial, a paso de tortuga. Un calor de ampanga. Íbamos en una furgoneta varios amigos, todos poetas, salvo (por suerte) mi mujer Guadalupe. Uno de ellos, que es el sinaloense Mario Bojórquez, de repente me dice, desafiante (chistoso): Kozer, ¿ves este espectáculo abigarrado, tremendo, medio mugroso, que nos brinda el camino? Tienes que tomarlo en cuenta a la hora de seguir haciendo tu poesía. Y yo: querido, eso te lo dejo a ti. Y yo, en mi interior: has de tomar en consideración el desafío de Bojórquez. Eso es lo que trato de expresar en estas respuestas: que más allá de calificativos académicos, la poesía en castellano está viva, y lo está porque no hay miedo a escribir. Y escribir, en los tiempos que corren, exige una apertura infinita ante todo lo que está ocurriendo en nuestro momento histórico, apertura que va de la mano con las numerosas tradiciones a las que hoy, más que nunca, tenemos acceso.


Tú distinguías dos líneas básicas en la poesía latinoamericana actual. Una es una línea fina- a la que podríamos hallar a la sombra (o transparencia) de lo coloquial- y otra prismática e intrincada – a la que podríamos notar, por ejemplo, en su manifestación neobarrosa. ¿Crees que hoy, en el año 2007, estas dos líneas se mantienen o que más bien se han fundido?¿Dentro del desborde ocurrido en la nueva poesía latinoamericana, luego de lo que yo denomino como la crisis de lo coloquial, no habría una “neobarrosización” en las escrituras?¿Estas no se han vuelto menos condescendientes y más complejas?


Estas líneas básicas no son compartimentos estancos. Todo lo contrario, se entreveran y de ese entreverarse surge la actual riqueza de nuestra poesía: una riqueza hecha de entrecruzamientos, ejes distendidos, mezclas rizomáticas que se abren y se abren de modo infatigable: una contundente creación que hacen muchos poetas en muchos lugares y que conforman la actual poesía de nuestro idioma. Tenemos la suerte de no encontrarnos ya en un mundo de vacas sagradas, sino en un mundo donde los poetas no compiten por el primer puesto (no hay primer puesto, y no hay puestos): hacen su trabajo, desde un florecimiento actual de la poesía en lengua castellana, y ese trabajo goza de la salud de lo visceral que da vida si se la cuida, y de la salud de una existencia escritural que no se amilana ni ante la dificultad de la forma o del contenido, ni de la mezcolanza creciente, participatoria, en que estamos insertados: de modo que, en efecto, como bien plantea la pregunta, hay una neobarrosización o neobarrorización de la escritura. Una escritura en la que cabe todo. La cuestión, por supuesto, es que al caber todo el resultado sea lo que podemos llamar un buen poema. Y eso, cada cual lo tiene que dirimir a solas: a solas, desde el misterio.


José Kozer
Mauricio Medo

Wednesday, January 09, 2008




Cuatro décadas del Premio de Poesía Aguascalientes
domingo 9 de septiembre de 2007
Juan Domingo Argüelles



El Premio de Poesía Aguascalientes está cumpliendo en estos días cuarenta años de historia. Se entregó por vez primera, en 1968, a Juan Bañuelos (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1932), por su libro Espejo humeante , y fue otorgado en 2007, por cuadragésima ocasión, a Mario Bojórquez (Los Mochis, Sinaloa, 1968), por su libro El deseo postergado . Entregado tradicionalmente en el mes de abril en la ciudad de Aguascalientes, en el marco de la Feria Nacional de San Marcos, el Premio de Poesía Aguascalientes se ha convertido en el máximo galardón poético, por concurso, que se confiere en México. En estas cuatro décadas de historia, el Premio ha impulsado, estimulado y reconocido la obra tanto de poetas jóvenes como de aquellos que, al momento de recibirlo, gozaban ya de un prestigio poético consolidado. Con ello, el Premio ha promovido y fomentado también la publicación y la lectura de la poesía en nuestro país.

Los lectores se han encargado de ratificar, cuando ha sido el caso, el fallo del jurado, reconociendo la singularidad y solidez de los libros premiados y, así, en estas cuatro décadas, han señalado ciertos títulos para ubicarlos entre lo mejor de la poesía que se ha producido en México. Por ejemplo, Espejo humeante (1968), de Juan Bañuelos; No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), de José Emilio Pacheco; La zorra enferma (1974), de Eduardo Lizalde; Cuando el placer termine (1976), de Hugo Gutiérrez Vega; El ser que va a morir (1981), de Coral Bracho; Mar de fondo (1982), de Francisco Hernández; Música solar (1984), de Efraín Bartolomé; El diván de Ántar (1989), de Elsa Cross; El cardo en la voz (1990), de Jorge Esquinca, y otros más que, con la prueba del tiempo, persistirán en abrirse camino en el gusto y la predilección de los lectores de poesía. Los treinta y nueve galardonados por concurso y el poeta reconocido por su trayectoria (Elías Nandino, en 1979) componen un panorama lírico de diversos estilos y registros poéticos; también de diferentes concepciones sobre lo que debe ser la poesía. Cada uno de los ganadores del Premio ha confiado en su personal búsqueda de comunicación con los lectores, y ha apostado a ella su permanencia.

Víctor Sandoval, poeta y promotor cultural que creó el Premio de Poesía Aguascalientes en 1968 y que lo ha mantenido a lo largo de estas cuatro décadas, ha dicho: “Creo que un repaso a los nombres y títulos del Premio es un elocuente testimonio de su importancia en el quehacer poético de México. [...] Cada libro en su momento de publicación y su posterior andadura ha despertado la discusión, la crítica o el elogio, pero no ha dejado indiferentes a los lectores. Cierto que algunos libros premiados han alcanzado mayor vuelo que otros y han señalado nuevos rumbos a la poesía y se han convertido en referencias obligadas en la producción de sus autores.” El Premio de Poesía Aguascalientes abarcó una parte fundamental de la historia literaria del siglo XX mexicano y ha llegado a la primera década del siglo XXI revalorando su propósito de incentivar la creación poética en nuestro país.


La presente selección es una mínima muestra de estos cuarenta años de poesía.



Casida de la entrega
Juan Bañuelos (1932)

Agonizo en tu vientre
cuando –árbol– desciendo a las raíces
y amanezco en todo lo que vives.

Agonizo en tu vientre
de ternuras que viajan con la hierba
cuando la uva es roja hasta la hoguera.

(La savia de tu vientre
suena a torre y a espuma derribadas,
a caracol de lengua rota y clara.)

Y agonizo en tus ojos
desde tus largos muslos que se mecen:
dos horizontes donde la noche llueve.


[De Espejo humeante,
Premio de Poesía Aguascalientes 1968]

Crítica de la poesía
José Emilio Pacheco (1939)

He aquí la lluvia idéntica y su airada maleza.
La sal, el mar deshecho...
Se borra lo anterior, se escribe luego:
Este convexo mar, sus migratorias
y arraigadas costumbres,
ya sirvió alguna vez para hacer mil poemas.

(La perra infecta, la sarnosa poesía,
risible variedad de la neurosis,
precio que algunos pagan
por no saber vivir.
La dulce, eterna, luminosa poesía.)

Quizá no es tiempo ahora.
Nuestra época
nos dejó hablando solos.


[De No me preguntes cómo pasa el tiempo,
Premio de Poesía Aguascalientes 1969]

De los jardines de Ispahán
Uwe Frisch (1935-1984)

Ah,
parece que alguien de alcurnia más noble
nos hubiera aspirado esta noche
como se inhala el tenue vapor de un rayo de luna

o nos hubiera reído como se ríe a un vino ligero
de fugaz ascensión a la testa
y no fuésemos —ay—
sino esa sonrisa puesta en el mundo:

tan sólo rosas nocturnas,
espectadores en sucesión sin recuerdo
que florecen callados en medio de las extrañas
palabras

de una charla de amigos
cuyo solemne sentido
no se nos da.


[De Contracantos,
Premio de Poesía Aguascalientes 1970]

A ras de piel
Óscar Oliva (1938)

A piel,

a mármol estremecido por la mirada del escultor,
navego sin avanzar,
sin aletas,
sin remos,
en este calosfrío que me golpea con un látigo,
hundido en la jirafa de la niebla,
ávida torre sobresaliendo del agua.

Humeando como una aldea
me abro paso entre el arrayán
y las estolas del diamante,
dentro del que estoy en arrobamiento.

De una patada rompo rejas oxidadas:
desbarrancándome voy,
perforado por un taladro de pupilas,
a ras de piel.


[De Estado de sitio,
Premio de Poesía Aguascalientes 1971]

Amo el sol de este día
Desiderio Macías Silva (1922-1995)

Amo el sol de este día
amplio en su claridad como una alberca
que ríe y ríe desde tus ojos.

Amo la música,
esta música
creciendo
de tu boca
como yedras azules
contra las bardas
del crepúsculo.

Amo el berilo en ascuas
en que mi sangre gira
como un rehilete.


[De Ascuario,
Premio de Poesía Aguascalientes 1972]


Un muchacho que puede amar
(dos fragmentos)
Alejandro Aura (1944)

1

Huele a muchacha el aire de mediodía,
huele a muchacha natural,
y está tan cargado de olor a muchacha
el aire de mediodía
que estoy a punto de gritar
que el aire de mediodía huele a muchacha.

2

Me he puesto mi traje nuevo y he limpiado mis
zapatos;
en el claro día relucen mis cabellos limpios
y el viento suave que danza por los corredores
de las calles
da a mis manos un dibujo perfecto;
siento que la gente que pasa me mira con
agrado,
huelo a fresca lavanda
y doy los pasos al ritmo que el corazón me
marca:
soy un muchacho que puede amar.


[De Volver a casa,
Premio de Poesía Aguascalientes 1973]

La mano en libertad
Eduardo Lizalde (1929)

Escribir no es problema.
Miren flotar la pluma
por cualquier superficie.
Pero escribir con ella
–Montblanc, Parker o Pelikan–,
sin mesa a mano, tinta suficiente
o postura correcta,
es imposible,
y a veces pernicioso.
Puedo escribir, señores,
con los ojos cubiertos,
vuelta la espalda al piso,
atadas las muñecas,
esparadrapo encima de los labios.
Puedo:
pero no garantizo ese producto.


[De La zorra enferma,
Premio de Poesía Aguascalientes 1974]

fine (1)
José de Jesús Sampedro (1950)

juega un escarabajo pelotero y tu ejemplo de
gato
un abecedario se dispersa el muerto bebe una
reverberación de su asombro ¿quién eres?
trábate lengua
bonito muchacho que se amarra las agujetas
sobre el poema
trompa de higo no habitas otro espacio
cuando te muestras ilegible un cometa panzón
te rompe en esto
nuestra obstinación está presente
un seguimiento es también una continuidad atroz
pero yo diré no conduce a todo
tu ejemplo de gato
husmea y se va por su cuenta yo lo dejo
yo no sé


[De un (ejemplo) salto de gato pinto,
Premio de Poesía Aguascalientes 1975]

Una fotografía antes pensada
Hugo Gutiérrez Vega (1934)

Pensada tantas veces,
construida en el sueño
y el presentido éxtasis,
ahora te haces carne
tendiéndote en el lecho
como un continente
apenas descubierto.
Estoy viendo tu cuerpo
conocido en el sueño,
y puedo fragmentarlo
para cantar sus muslos,
los pechos altos,
la entreabierta sonrisa del sexo,
la negra cabellera
destrozada en las playas de la almohada.

En el alimento de conocerte
crece mi hambre.
Sediento caigo a tu lado
y mi cuerpo surca la cama marina.
Afuera los pájaros
y la terrible aurora
que llega hasta tus pies,
deshacen el sueño
que hablaba de tu cuerpo.
La fotografía pálida
me repite tu nombre
en el arco de la madrugada.


[De Cuando el placer termine,
Premio de Poesía Aguascalientes 1976]

La mañana
Raúl Navarrete (1942)

Ha comenzado abril esta mañana, afirman
pájaros y mujeres. Los ángeles no vuelan más
y los dioses huraños abandonan las casas.
Se abren ventanas para que entre el calor.
Aunque es abril el año muerto aún no se ha
marchado.
Eso pensamos todos. Su cadáver oscuro nos
asfixia.
Vienen visitas, se acercan en la mañana clara.
Ya están aquí. Las mujeres conversan
en la cocina y en el patio recordando otros
tiempos.
Se dan las manos un instante. La eternidad
cubre sus ojos y envuelve sus espaldas.
Alguien grita en la calle. Ha comenzado
abril, dicen los gritos, y nunca más se irá.
Retiremos el cadáver del año
porque eterna, encantada, esta mañana
luminosa
jamás se acabará.


[De Memoria de la especie,
Premio de Poesía Aguascalientes 1977]

Prólogo
Elena Jordana (1934)

Sabines dijo:
A la chingada las lágrimas
y se puso a llorar
como se ponen a parir.

Yo dije:
al carajo la poesía
y me puse a escribir
como se ponen a vivir.


[De Poemas no mandados,
Premio de Poesía Aguascalientes 1978]

Casi a la orilla
Elías Nandino (1900-1993)

Para el poeta José Emilio Pacheco

Después de lo gozado
y lo sufrido,
después de lo ganado
y lo perdido,
siento
que existo aún
porque ya,
casi a la orilla
de mi vida,
puedo recordar
y gozar
enloquecido:
en lo que he sido,
en lo que es ido...


[Premio de Poesía
Aguascalientes 1979]

Cenizas y viento
Miguel Ángel Flores (1948)

No está en el sueño del poeta
rendirse antes de entregar todas sus sílabas.
Lejano se piensa el crepúsculo
cuando la gota de miel se apaga sobre el día.

Pero debe cederse el lugar
al que detrás viene.

La hoja no vuelve jamás a la rama
de la que se desprende.

Que se nos conceda, pues, la inmortalidad
por la gracia de la poesía.

No lloren,
no derramen lágrimas
por el que entrega su rostro a la muerte.

Ya bastante dolor
es recibir sepultura en esta tierra
que el hombre envilece.


[De Contrasuberna,
Premio de Poesía Aguascalientes 1980]

Los ríos encrespan
un follaje de calma

Coral Bracho (1951)

Tu voz (en tu cuerpo los ríos encrespan
un follaje de calma; aguas graves y
cadenciosas).

—Desde esta puerta, los goces, sus umbrales;
desde este cerco, se transfiguran—

En tus bosques de arena líquida,
de jade pálido y denso (agua profunda, hendida;
esta puerta labrada en las naves del alba). Me
entorno a tu
vertiente— Agua
que se adhiere a la luz (en tu cuerpo los ríos
se funden, solidifican
entre las ceibas salitrosas. Llama —puerta de
visos ígneos—
que me circundas y trasudas: sobre este vidrio,
bajo estos
valles esponjados, entre esta manta, esta piel


[De El ser que va a morir,
Premio de Poesía Aguascalientes 1981]


Guerra florida
Francisco Hernández (1946)

Para Raúl Renán

se miran a los labios fijamente
deponen las rodelas y los mazos
acarician sus largas cabelleras
intercambian destellos
y brazaletes de jade
se besan
se derrumban
combaten cuerpo a cuerpo
hasta que prisioneros
uno en el otro
sueñan que cambia
de color el viento


[De Mar de fondo,
Premio de Poesía Aguascalientes 1982]

XXXII
Hugo de Sanctis (1939)

Era sano y amargo.
Álgido y contiguo.

Desde la distancia se veía empalidecer el aire.
Llegaron los años y el jardín
se llenaba de soledad,
el color de la mañana se había convertido
en esta arena húmeda, como vestigios
de un largo y desproporcionado
duelo nocturno.

Miro más hondo
y siento germinar semillas
de origen desconocido;
pequeños fuegos verdes apagados
por el entendimiento.


[De Canción al prójimo,
Premio de Poesía Aguascalientes 1983]

Tzintzuntzan.
Visión desde las yácatas

Efraín Bartolomé (1950)

Este íntimo tono de plácida dulzura
en que la luz deambula desnuda por la tierra
El sol niño que asoma su rostro sobre el lago
Los millares de flores amarillas danzando

A lo lejos
la leve línea azul de las colinas:
ala del cielo añil lamiendo el agua

Un trino de cristal quiebra la transparencia
La quietud crece como un ramaje deslumbrante
¿Es verdad tanta luz?
La derramada línea del silencio oculta otra
verdad:
ese ciego terror:
el agudo punzón de los insectos
la arruga que se extiende sobre la piel del lago
la hoz del labrador que en un instante oscuro
cambia de dirección
el ramo más hermoso de flores amarillas
que las vacas destrozan en su hocico babeante

Entonces nada queda:
acaso la mirada perdiéndose en el agua.


[De Música solar,
Premio de Poesía Aguascalientes 1984]

Desnudo
Antonio Castañeda (1938-2000)

Reclinada en el diván,
desnuda,
con la mirada detenida
en un tiempo
que esperas
te sea confortante,
tocas los hilos prodigiosos
que surgen de este invierno.
Mientras,
como otra piel,
una luz tenue
se extiende amorosa
por tu cuerpo.


[De Relámpagos que vuelven,
Premio de Poesía Aguascalientes 1985]

Estanque
José Luis Rivas (1950)

Para asumir un gesto,
vas ante aquel espejo
que guarda tu primera dicha.

Aún es claro. Y puedes
ver entre las monedas
que lanzaste a sus aguas
la que muestra su rostro adverso.

Una mujer de ti ya se retira
paso a paso
como la niebla
de un trópico desierto.


[De La transparencia del deseo,
Premio de Poesía Aguascalientes 1986]

Salutación de invierno
José Javier Villarreal (1959)

A Marco Antonio Campos

En el bosque de Camaloc los pájaros no
cantan,
los árboles son guerreros muertos, hombres
olvidados,
y en el viento no se oye otra cosa que el choque
de las espadas.
Hoy en Camaloc el invierno es un guantelete que
azota tu rostro,
una batalla inevitable que la sabes ya perdida,
la ausencia de tu Señor y el arrepentimiento de
Ginebra.
Hoy caminas sobre la nieve en el camino a
Winchester,
sobre los cadáveres, la ruina, el amor y la
guerra.
Caminas —en un invierno que duele— sobre la
historia de esta tierra.


[De Mar del norte,
Premio de Poesía Aguascalientes 1987]

Carta de naturalización
Myriam Moscona (1955)

Las hijas de extranjeras
nacimos con agujas minuciosas.
En tiempos nobles
visitamos museos de París.
Entramos al Louvre a buscar a la Gioconda.
También nosotras crecimos en la adversidad
y sonreímos con rictus previsibles.
Si la guerra nos empujó del viejo continente
un soplo nos condena a duplicar nuestra visión.
Permanecemos a perpetuidad.
Nos debatimos entre estancias y partidas.
Deseamos dar a luz a la intemperie
para que la sangre caiga en tierra firme
hasta que las raíces se pierdan en la historia.


[De Las visitantes,
Premio de Poesía Aguascalientes 1988]

VII
Elsa Cross (1946)

y mi corazón visitado por una
extraña vocal
SAINT-JOHN PERSE

El agua de la noche me habla al oído
me dibuja tu rostro desde su fondo impasible.

Alzamos lámparas
haciendo la oblación de nuestro ser.
El tiempo nace en nuestro abrazo.
En nuestro abrazo el tiempo revierte su flujo
mientras nosotros
perdemos nuestros rostros
en las estribaciones de un sueño
cuyos límites no hemos alcanzado.

Una vocal desconocida zumba en mi oído,
jala hacia las bóvedas sutiles toda imagen.
Se detiene, se abre,
queda en suspenso su timbre móvil
subiendo hacia el silencio cada vez más agudo,
cerrándose
hacia ese punto:
compresión infinita
ojo voraz—
desprendida de todo y devorando
el tiempo, devorando
todo lo que se acerca a su contorno.


[De El diván de Ántar,
Premio de Poesía Aguascalientes 1989]

Oración a la Virgen
de los Rieles

Jorge Esquinca (1957)

Bendice, blanca Señora, al más humilde de tus
peones.
Concédele vía libre para llegar a Ti.
Ilumina sus noches con el carbón encendido
de las máquinas.
Que tus ojos claros sean, en toda encrucijada,
brújula y linterna.
Todo tren un potro ligero hacia tu Reino.
Llévalo, gentil Señora, de la mano de los
durmientes.
Administra, con tu prudencia infinita, su pan de
cada día
y cubre con tu sombra favorable los rieles
errantes de su casa.
Aquieta sus pasiones,
deja escapar en la medida justa el vapor de su
caldera.
Apártalo del estruendo de furgones y góndolas
salvajes.
En el vasto ferrocarril de sus breves días, no le
des asiento en el gobierno,
pero guárdale siempre un sitio discreto en el
vagón de tu confianza.
Bendice, blanca Señora, Virgen de los Rieles,
a tu hijo más humilde:
tierra suelta que dispersas con tu manto.


[De El cardo en la voz,
Premio de Poesía Aguascalientes 1990]

Ars poetica
Fabio Morábito (1955)

Yo nunca tuve anhelos
de motorización,
es más, nunca pedí a mis padres
un vehículo,
hasta la bicicleta me aburría,
me limité a mis pies,
a mi sentido del cansancio.
Nunca he viajado rápido,
pero he viajado,
mis huesos cambian de dolor
cada cien metros
y nadie sabe como yo qué es un kilómetro.


[De De lunes todo el año,
Premio de Poesía Aguascalientes 1991]

Un fósforo en el agua
Ernesto Lumbreras (1966)

Al fondo del estanque descubro una canica.
Siempre de un lado a otro como un brillo de
escamas
se extravía y regresa. Es una yema de huevo
pulida por el agua y las conversaciones
de dos lavanderas. El rey de las canicas
todos me llamarían, si entre el pulgar y el
índice
este sol de verano al centro de la rueda
con tino lo lanzara. Sondeo lo profundo
del estanque ayudado por una rama seca.
“La vida es como un juego” dijo siempre mi
padre.
Lo recuerdo al hundirme, apenas vislumbrando
un fósforo en el agua. Entre mi falta de aire
y la noche del lodo, salgo a la superficie
dejando atrás mi cuerpo.


[De Espuela para demorar el viaje,
Premio de Poesía Aguascalientes 1992]

Sueño
Baudelio Camarillo (1959)

En mi sueño llovía.
Mi cuarto estaba a oscuras
y en la calle el relámpago
iluminaba un agua turbia y sin sonido.

Las casas me mostraban sólo fachadas negras.
La ventana tenía gruesas barras de hierro
y sus cristales rotos aún destrozan mis brazos.

Nunca sabré por qué tan terrible castigo;
negros muros me ataban y en las cuatro
paredes
no había ninguna puerta.

Pude huir.
Salí del sueño a una limpia mañana,
pero la lluvia se quedó dentro de mí
y aún no cesa.


[De En memoria del reino,
Premio de Poesía Aguascalientes 1993]

Chica en la playa
Eduardo Langagne (1952)

ágil vuelta del agua a la sorpresa
su cadera es la ola que regresa

un trozo de madera a la deriva
después de tempestad intempestiva

ademán que divide los océanos
con acompañamiento de dos pianos

un vaivén que acompasa el movimiento
e ignora con desdén el sufrimiento


[De Cantos para una exposición,
Premio de Poesía Aguascalientes 1994]

Bajo el torrente
Juan Domingo Argüelles (1958)

Para mi madre
También para mi hija

Bajo el torrente matinal de mayo,
mamá nos dicta la jaculatoria:
San Isidro Labrador,
quita el agua, pon el sol.

Nuestro murmullo es nada
junto al canto del zinc:
redoble de la lluvia,
tambor interminable.

Tres días con sus noches
el agua entonará
su oración en las láminas.

Nosotros no sabíamos
que el Labrador oraba,
mientras manos de ángel
hacían su trabajo.

Pero al cesar la lluvia
y al abrir las ventanas,
el ángel era un pájaro
que agitaba sus alas.


[De A la salud de los enfermos,
Premio de Poesía Aguascalientes 1995]

Lector
Antonio Deltoro (1947)

Un yo que no es el del poeta en el poema me
dice.
Un yo que no es el mío, repite estas palabras
íntimas
y me lleva a un yo más silencioso y mejor
en versos pulidos en el tiempo por diferentes
yos.
En la angustia de una noche de insomnio,
en el nerviosismo de una cita de amor,
repito estos versos hasta ser estos versos,
los repito una y otra vez,
no como alguien que recorre una y otra vez un
pasillo;
estos versos son infinitos, pero no afiebrados,
ni ajedrezados, ni laberínticos;
no imitan el piso de un pasillo,
ni al llegar a la sílaba final se asoman a otra
estancia;
son un vuelo por una soledad en calma;
estos versos se ensanchan, me ensanchan,
me llevan a una inmovilidad muy alta.


[De Balanza de sombras,
Premio de Poesía Aguascalientes 1996]

Memoria (fragmento)
Eduardo Milán (1952)

Podemos ser sagrados pero preferimos ser
perfectos
o sea trágicos. Unas tremendas ganas de morir
repentinas como serpentinas en el carnaval,
valga
la rima, caiga la carne. Tiempo del mundo
estallando,
tiempo del jinete cayendo, tiempo presente, sin
llanto.
Miedo a perder aun las lágrimas, amargas o
agrias
y hasta alegres, cuando lo único que quieren las
lágrimas
es irse de aquí a donde sea que vayan a dar, al
Grial
según mi lógica, adheridas a la sal de ahí.


[De Alegrial,
Premio de Poesía Aguascalientes 1997]

El desastre
Jorge Valdés Díaz-Vélez (1955)

El ángel de pasión dejó tu casa
con un desorden tal que no sabías
por dónde comenzar: copas vacías,
ceniza por doquier. Y su amenaza

rotunda de carmín: “En la terraza
te aguardo. Un beso. Adiós”. Tú conocías
la forma de cumplir sus profecías.
Temblaste al recordar: “Todo lo arrasa

un ángel si al partir te sobrevuela”.
Te diste apresurado a la tarea
de hacerla remontar por tu memoria,
sus manos en tu piel, su duermevela.

Pensaste: “Si es amor, pues que así sea”
y fuiste a abrir la puerta giratoria.


[De La puerta giratoria,
Premio de Poesía Aguascalientes 1998]

II (fragmento)
Malva Flores (1961)

Un brote de clamor entre las piedras lisas.
La música en los cuencos del alma o acaso
la tendencia fabril de jacarandas produciendo
el azul.

El río baja serpeando aquí. Y allá, cerca del
salto,
se transforma en jolgorio, en chispa de cohetes.
Es su costumbre florecer en abreviadas gotas:
chaparrón si se mira de abajo, a ras de liquen;
en ojos de cocuyo, si de noche se observa
la cascada.

Sobre el puente colgante de Teocelo una niña
se asoma.
El bies de su vestido perdiendo el almidón.
Las rodillas morenas sosteniendo
el precario equilibrio del espanto.


[De Casa nómada,
Premio de Poesía Aguascalientes 1999]

Exilio
Jorge Fernández Granados (1965)

Algún día estaré contigo donde un ala
sea la errante evidencia del milagro,
en una patria que el viento dispersó,
una tierra que nos vio caer
para olvidarnos.

Algún día despertaremos ahí,
a un lado de la luz, como los pájaros,
tal vez viajeros en la niebla
con una rama de olivo entre los dedos,
cansados de esperar, obedecer y morir,
salvajes como el dios de nuestra infancia.

Algún día, cuando la maldición del tiempo se
termine,
tocará nuestra frente el agua de un umbral
perdido.

Ese día estaremos de regreso.


[De Los hábitos de la ceniza,
Premio de Poesía Aguascalientes 2000]

En cuál estepa
Jorge Hernández Campos (1921-2004)

El animal inacabado
ama el frenesí de su galope:
tantos instantes sucesivos de perfección
engarzados por la ansiedad

Caza furtivo de noche
escurriéndose como tinta
de constelación en constelación
Nadie apetece el don de su agonía

Pero de madrugada, junto al agua estremecida
es devorado por su presa
entre suspiros de insatisfacción

Le amanece cuando trabado de quijadas
admira las carencias de la aurora
y olfatea los hiatos de la brisa

A la luz y a la intemperie
la suave fiera busca el pomo de su ungüento
y se aparea con un almizcle evaporado
en otra bestia igualmente inacabada.

24 de junio de 1996


[Del libro ganador, sin título,
Premio de Poesía Aguascalientes 2001]

Contagios
Héctor Carreto (1953)

“La poesía aflora en ti
como en los nobles viñedos se multiplica la uva.
En cambio yo soy fértil redactando
memorandos”,
me confiesas no sin envidia, Victórico.
Cierto, digo, ambos somos topos de escritorio.
Gozamos, sin embargo, de cinco minutos libres
al día,
y en esos parpadeos,
en oscuros cubículos recibimos dulces visitas
que nos transmiten enfermedades incurables:
a ti te agasaja la popular Timoclea,
a mí me contagia la insociable Musa.


[De Coliseo,
Premio de Poesía Aguascalientes 2002]

21
María Baranda (1962)

Hoy he pasado la mañana junto a ti Dylan
Thomas.

Había una imagen borrosa y ovalada
eternamente blanca.
Era un ojo abierto
a las cosas inútiles y disipadas por el viento,
a los días que se van lentos a los mataderos,
al grito de madrugada que se afeita en las
banquetas,
a la moneda que cura la pobreza,
a la mutilación y el desamparo que guarda la
esposa
en un paño grasiento,
al último día que sale un muchacho de casa y
no regresa,
al llanto del caudillo y al suave roce de una
perra loca.

Sí, ese ojo abierto al siglo que se acaba
ya cansado de la inutilidad y del sonido hueco
de las palabras sordas.
Ese siglo que huele a mierda y a hospital, a
rata muerta
en el pabellón de los dolidos.

Huele a muro quieto en la explosión del aire,
en la forma perfecta del silencio. Huele, huele a
indignación
y a plegaria herida, a lengua que se desnuda
adentro
de una boca seca, a víbora.
Sí, huele a víbora que repta en las habitaciones
donde
se hinchan los sueños de la sangre y de la
gente muerta.
Huele.

Ahora tengo que irme.
Te dejo a solas con tus ballenas
urdiendo sílabas al agua bajo la luz de la
demencia.
Te veo feliz, Odiseo de los campos,
junto a los muchachos del verano y sus
rastrojos
volando con el águila fugaz y la garza saltarina
en la isla solitaria.

Yo vi la última luz que resbalaba de tus ojos.
Ahora, dondequiera que voy, sé que él vuelve
con el corazón del sol.

Hasta que muera yo, él siempre a mi lado
estará.


[De Dylan y las ballenas,
Premio de Poesía Aguascalientes 2003]

Espaldas de la hora
Luis Vicente de Aguinaga (1971)

La pared se fue alzando con el día.
Su propio cimiento la escalaba
y un trance alterno de polvo y de pintura
se adhería en lo más alto al dibujo de las nubes.

La pared se ha ido alzando con el día.
Insectos, perros, manos fatigadas
como el sol que la impulsa o vientos leves
apoyan el cuerpo en sus laderas. Baja
el tiempo de la ciudad: se detiene a la sombra

de la pared que va creciendo. Con el día,
junto al día, tal vez a espaldas
de la hora y el turno, de la espera y el ciclo,
un muro acentúa el color de la ceniza
y lo conduce al violeta sanguíneo de los frutos.

Dibujo, altura, nubes. Puede ser que llueva.
La pared se levanta con el día.


[De Reducido a polvo,
Premio de Poesía Aguascalientes 2004]

Polvo
María Rivera (1971)

Polvo,
no te olvides de mi hora.

Todo eres tú, todo conviertes
a tu simple dictado:
la súplica del hielo,
la arquitectura del beso.

No me dejes sola cuando caiga
en la noche la lágrima del tiempo,

cierra tus labios en mi frente,
y estos pasos míos
ponlos en lo más hondo de ti
como un secreto:

la oscura certidumbre
de tu reino,
el oscuro sometimiento
de tu súbdita.


[De Hay batallas,
Premio de Poesía Aguascalientes 2005]

[Departamento de Caballeros]
Camisas de algodón

Dana Gelinas (1962)

Una camisa nueva
para robarse el corazón de una mujer,
una hechura de algodón egipcio
de quinientas fibras,
como sábanas planchadas de gran hotelería,
como un almidonado bajomantel
donde se come rico.

Camisas con el mismo diseño
de hace dos siglos,
Victoria's Secrets para el sexo femenino.

Camisas llanas
son las camisas del amor verdadero,
los Latin lovers son como el crochet de una
madre
que bordó con verdadera pasión para el hijo
favorito.

Huye de las camisas bordadas
como del perfume con base de violetas
marchitas.
Toca madera, en serio.


[De Boxers,
Premio de Poesía Aguascalientes 2006]

Canto (fragmento)
Mario Bojórquez (1968)

Ao pé d'um xardim
Pússeme a cantar
Por ela e por mim

Ao pé das laranxas
Dixe mhã canço
De cor pombas brancas

Ao pé d'um xardim
Pússeme a cantar
Por ela e por mim
HUGO VIDAL

Dame, Señor, piedad para mí mismo
Y que mi obra te responda.
FRANCISCO CERVANTES

I

Con la pesada llaga ya sin cuerda en el cuello
Con el dogal vacío y la enhiesta pesadumbre
que no implora ya más
Que no tunde ya el hueso carcomido, ni la
visión postrera
Aquí cerca del junto
Me pongo a recordar muelles del aire donde
atracó la sombra de otro tiempo
Me pongo a recordar y digo
Siete palabras sin brillo de cosecha para tu
cruel memoria
Que allende el río
Donde la ciudad reposa con luciente escafandra
Donde soñé algún día volver para quedarme
Se van desvaneciendo los deseos
Y de mí sólo queda una vaga sustancia que no
me nombra ya
Que no contiene todo el vigor, la lumbre de
otro tiempo encendido.


[De El deseo postergado,
Premio de Poesía Aguascalientes 2007]


Los poemas aquí publicados son una muestra de la Antología del Premio de Poesía Aguascalientes, 40 años ( 1968-2007) realizada por el poeta Juan Domingo Argüelles, de próxima publicación en el Instituto Cultural de Aguascalientes.

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