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Wednesday, January 14, 2009

Jorge Ortega habla de Invocación al mar



Mario Bojórquez: Invocación al mar
Por Jorge Ortega

En 1995 Mario Bojórquez (Los Mochis, 1968) obtuvo el primer lugar del género de poesía en el Concurso Literario del Noroeste CECUT-SOGEBAC (Premio de poesía Abigael Bohórquez, el propio poeta Abigael Bohórquez fue jurado, al lado de Dionicio Morales y Lauro Acevedo), con el trabajo titulado Invocación al mar. Se trata de siete poemas, de siete versiones sobre la catadura del mar y sus lecturas. El título lo dice: invocación en el sentido quiromántico, donde el trecho del pulso a la materia (el mar a flor de piel), es la magnitud del presagio. Para sentir el mar hay que primero imaginarlo, acrecentar la expectativa para que los beneficios sean una espera florecida con el fabular. Pero si en las cuentas la imaginación es paraje incierto, el desgarre de la poetización es conclusión titubeante, varias nociones de una misma naturaleza. Así en el poema que abre Invocación al mar vemos como la presencia marina se desgaja en éstas sus metamorfosis continuas, distintos rostros de su proyección como materia invocada. Cito:

I

No es agua el mar, es fuego
incendio de la ola en su marea
No es agua el mar, es brasa
hoguera insomne, antorcha de viajero
No es agua el mar, es lumbre
escaldación infausta, sol hirviente
No es agua el mar, si quema


Ya Gorostiza en sus Canciones para cantar en la barcas (1925), había intuido del mar una omnipresencia que es, a un mismo tiempo, contradicción y complementariedad de toda presencia estable. Pero en tanto a Gorostiza le intriga el mar cual metáfora ontológica, a Bojórquez cual presencia indefinible por voluble y enriquecedora. Aunque bien se apoya en Gorostiza para esquematizar a partir de una dicotomía, está más cerca de ese Villaurrutia oscurantista de “Nocturno mar”, donde el poeta, conciencia evocadora, une las significaciones alquímicas del mar con las propiedades emotivas del lenguaje. Villaurrutia opta por la melancolía y el desamor, el mar como caudal lacrimoso arrastrando trozos de quejumbre, erosionando la soledad; Bojórquez por el paréntesis erótico y la audacia figurativa. Pero ambos coinciden al hacer de su postura una misión sacerdótica que pretende interpretar el atributo de las aguas. Cito:

II

¿Qué palabra contiene
su furia y su prodigio?
¿Qué palabra lo fija
lo acecha en su espesura?
¿Qué palabra sujeta
el temple de su orilla?
¿Qué palabra es el mar
qué nombra su sonido?


En el tercer poema de Invocación al mar, Bojórquez polariza, cardinal, las encarnaciones fallidas y torpes, lustrosas y certeras, de ese mar con derroteros desbordantes. El comodín erótico se afina hasta sentenciarse, adaptado a una atmósfera de punzante estrépito. La metáfora muda de lo inmarcesible a lo concreto, adquiriendo la coloración del escarceo. Cito:

III

Agua lustral, espumoso veneno
Fresca gota de sangre, miel calada
Río ancho, indócil, petulante
Vaso en el borde, copa, corrimiento
Marea boba, cántaro de lluvia
Fuente, cascada, nieve, lago calmo
Clepsidra, mercurio y bocatoma

Nombres del agua, máquinas del agua
Alzan el índice sobre el falange roto
Corrido y vaporoso y estancado


En un cuarto poema, el agua asciende al objeto de conflicto como sustancia redentora, es la llave de todos los estados físicos y cielo del que emanan todas las parcialidades a que me he referido, los rostros donde el mar vuelca su grandeza, su presteza para simbolizar nuestra muerte o desatino. Bojórquez canta del agua su principio y fin en el gozo sensual, pero también su galope intermedio. De la humedad brota la vida, y de ésta como alucinación permanente, brota el ensueño en su raíz indemne y radical: la pasión. A su vez, la pasión es ruptura, vaho de muerte en que probamos la corteza del abismo vital, rumoroso. Si Manrique concluyó que nuestras vidas son ríos que van a dar a la mar que es el morir, y Tales que el agua es el origen de la vida, entre ambos polos se cumple el encabrite del mar como presencia física reconfortante, desglosada en reiteraciones. Cito:

IV

El agua, serpenteante, su venero
El agua, presurosa, su caída
El agua, coloidal, cuaja su grumo
El agua, vesperal, abre su niebla
El agua, tormentosa, con su estruendo
El agua, alucinante, sueña su agua


Así el quinto poema de Invocación al mar es un venablo:

V

Aquí está el mar
¿escuchas su violenta llamada entre las rocas sin descanso?


Incansable e inalcanzable, deja el mar en su tropiezo las evidencias de su enclave, las descripciones de su aspecto, su hospedaje fantástico y real, abundoso en calificativos infranqueables. El sexto poema es una continuación del anterior, sólo que ahora si vemos el agua como diosa develada. El mar es el presente, el aquí, en su vaivén de concepciones es mitología simultánea, tangible y legendaria como la ancianidad de su fama que llega a nuestros días. Sin embargo, en intento por fijar envergadura, el mar escapa a nuestras acepciones como infinita nómina de epítomes. El primer hexámetro de la Ilíada sirve de émulo:

VI

Canta, oh Diosa, la cólera del mar
Que nos diga la fuente su mística premura
Que nos hable en la ola fugaz de su marea

Aquí está el mar, aquí su incandescencia
Su canto proceloso de sirenas
Su mengua pesca de la luna boba
Su prodigio de sales y locura
Su tormenta, su sol, su movimiento
Su trigo despojado de malezas
Su miedo y su descanso
Su furia de volcanes espumosos
Su timón y su fuego y su lamento
Su inagotable sed, su pulpa hirviente
Su levante y su céfiro
Su astrolabio y su dársena
Su comba, su cadera
Su monstruo, su concha, su crustáceo
Su vestido de nieve en el verano
Su sargazo, su bosque submarino
Su quietud sin reposo
Su ánima corpórea
Su acento tremedal
Su canto sordo


Invocación al mar cierra con una reverencia que hace las veces de guiño, con la cual Mario Bojórquez reafirma en el argumento marino navegación perpetua. El poeta es un Jason que alista su zarpaje cargado de las mismas preguntas iniciales, mas la reserva inspiradora del mar queda aún irresoluta en un señuelo de liberación. El temple poético se abre como un velamen dispuesto a la aventura. El mar es circuito alimentado con la duda de su tope transformante. Es en este séptimo y último poema de la serie donde la similitud con Villaurrutia es una trinchera de inútil camuflaje, ya que el poeta termina aceptando su vasallaje frente a la naturaleza impredecible. Concluyo:

VII

Te invoco mar, negro mar, ciego mar de mis ojos
Surcaremos las aguas de tu incendio imprevisto
Ataremos los cuernos de tu tobillo lánguido
Y tú, animal bramando, mostrarás tus quijadas
¿Dónde estás, quién te llama, obligado perfume de mariscos secretos?
Remos velas timón
Arderán en el soplo de la vejiga rota
Romperán ebrias olas los trémulos bajeles
Abrazarán costados su fatigado brote
Erigirán espumas incandescente mástil
¿Dónde estás, quién te nombra fusil, cántaro, vena constante en el mármol salado?



En Fronteras de sal: Mar y desierto en la poesía de Baja California
Jorge Ortega
Universidad Autónoma de Baja California, Mexicali, 2000, 305 pp.

Invocación al mar

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