Rogelio Guedea, Reloj de pulso, -Crónica de la poesía mexicana de los siglos XIX y XX-, Colección Ensayos y Poemas, UNAM, 2011.
Sin caer en maniqueísmos, existen poetas a los cuales se les impone más el mensaje del poema que la forma o vía en que éste se transmite. No es que ambos aspectos aparezcan descoyuntados dentro de la explanada textual, sino más bien que la perspectiva del poeta durante la escritura del poema toma cierto partido ora por lo meramente estilístico, ora por lo puramente comunicativo. En Mario Bojórquez (1968) la poesía es un rito, siempre un acto de iniciación. Si bien sus poemas ponen en juego cualquier concesión lingüística, sobre todo aquellas que fueron prescritas por la poesía de vanguardia, no es el virtuosismo su más cara obsesión.
Bojórquez quiere que sus poemas ardan en las manos del lector, que sean una emoción palpitante, inextinguible. Una combustión de los sentidos. En la poesía de este poeta no tienen cabida los artificios léxicos ni el fingimiento. Como en el Julián Herbert de En nombre de esta casa o el José Homero de Luz de viento, en Bojórquez también se recupera la tradición del poeta persuadido por la musa y la música, volcado y contaminado hasta por las más finas nervaduras del dolor y la velocidad. Esta relación apasionada con la existencia, llena de declives y empinadas, ha potenciado también su actitud frente al lenguaje. En su afán por desmembrar hasta la última partícula de su sensibilidad, que no es otra sino la sensibilidad del mundo que respira, Bojórquez ha terminado desmontando también todas las preceptivas poéticas y estilísticas (véase su Contradanza de pie y de barro, 1996). Éste es y ha sido su principal oficio: acorralar un significado, constreñir un ritmo. Nombrar. Por eso, el poeta escribe:
Bojórquez quiere que sus poemas ardan en las manos del lector, que sean una emoción palpitante, inextinguible. Una combustión de los sentidos. En la poesía de este poeta no tienen cabida los artificios léxicos ni el fingimiento. Como en el Julián Herbert de En nombre de esta casa o el José Homero de Luz de viento, en Bojórquez también se recupera la tradición del poeta persuadido por la musa y la música, volcado y contaminado hasta por las más finas nervaduras del dolor y la velocidad. Esta relación apasionada con la existencia, llena de declives y empinadas, ha potenciado también su actitud frente al lenguaje. En su afán por desmembrar hasta la última partícula de su sensibilidad, que no es otra sino la sensibilidad del mundo que respira, Bojórquez ha terminado desmontando también todas las preceptivas poéticas y estilísticas (véase su Contradanza de pie y de barro, 1996). Éste es y ha sido su principal oficio: acorralar un significado, constreñir un ritmo. Nombrar. Por eso, el poeta escribe:
Yo al igual que el caballo
me adentro en las veredas
voy asignando un nombre
a lo que no conozco
me adentro en las veredas
voy asignando un nombre
a lo que no conozco
esto será la arena
aquello río angosto
más allá de los nombres
cada cosa comienza
cada cosa comienza
a mostrar su apariencia
sus brillos en la noche
sus sombras en el día.[i]
sus brillos en la noche
sus sombras en el día.[i]