Los murciélagos
Los murciélagos se esconden entre las cornisas
de la
aduana. Pero ¿dónde se esconden los hombres,
que, a
pesar de todo, vuelan la vida entera en lo oscuro,
golpeándose
contra las paredes blancas del amor?
La casa de mi padre estaba llena de murciélagos
colgantes,
como lamparillas, de las viejas viguetas
que
sostenían el tejado amenazado por las lluvias.
“Estos
hijos chupan nuestra sangre” suspiraba mi padre.
¿Qué hombre
tirará la primera piedra sobre este mamífero
que, como
él, se nutre de la sangre de otros animales
(¡hermano
mío! ¡mi hermano!) y, comunitario, exige
el sudor
del semejante aún en la oscuridad?
En el halo de un seno joven como la noche
se esconde
el hombre; en el relleno de su almohada, en la luz del farol
el hombre
guarda las monedas doradas de su amor.
Pero el
murciélago, durmiendo como un péndulo, sólo guarda el día ofendido.
Al morir,
nuestro padre nos dejó (a mí y a mis ocho hermanos)
su casa
donde en la noche llovía por las tejas quebradas.
Cancelamos
la hipoteca y conservamos los murciélagos.
Y entre
nuestras paredes ellos se debaten: ciegos como nosotros.
De Estación Final, Lêdo Ivo 2012
Traducción del portugués, Mario Bojórquez
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