Ninguna lengua es la patria: La poesía de Lêdo Ivo.
Lêdo Ivo es el mayor poeta de la lengua portuguesa actual. Su viva presencia tiene la más valiosa importancia para las letras americanas. Su temprana filiación a la generación del 45, propone un regreso a ciertos temas como son la experiencia vital, el amor y la naturaleza, al mismo tiempo que muestra una mayor mesura en los recursos expresivos con las formas clásicas del verso.
Desde su primer libro, As imaginações, que recoge sus poemas de 1940 a 1944, Lêdo Ivo (Maceió, Alagoas, Brasil, 18 de febrero de 1924) fue considerado como un autor de gran potencial creativo, reconociéndole sus enormes virtudes sonoras, el arsenal retórico de imágenes y figuras literarias, su libertad expresiva con un verso de gran elasticidad que incluía una dicción propia del versículo canónico, un verso cercano a la prosa, pero con flexibles ligaduras que permitían una extensión de cadencias regulares pero inasibles, donde de pronto ya se instalaba una prosa decidida pero musicalmente versal.
Acontecimento do soneto (1946), vendrá a ser una respuesta concreta a esta búsqueda de afirmación estética mediante los recursos más clásicos de la poesía tradicional. Con Oda ao crepúsculo (1946) y años después con Oda equatorial (1950), volverá Lêdo a deleitarse en el verso desbordante, en la meditación desatada que logra por acumulación un estado de percepción alterada de la realidad, como si se tratará de un salmo, como si el poeta se propusiera entonar un alto canto que lo rebasa y que lo lanza menos en los acordes de una música estruendosa que en una exploración anímica de lo inefable, una verdadera encarnación mística en la lucha contra el ángel de la poesía.
Entre estos dos trabajos dedicados al verso de largo aliento, aparecerán dos volúmenes: A jaula, 1945-1946 y Cântico, 1947-1949, donde el poeta pasará por todas las escalas de la música verbal, edificando sobre el poema de media extensión y de verso variable desde el tradicional metro hasta la prosa imprevista. Cuando el ojo educado por la maestría invisible del trueno anticipa el destello del rayo que conmueve la apacible respiración del mundo, estamos frente a la poesía en acto, existe una concreción simbólica que genera el sentido superior.
Desde Linguagem, 1950-1951, Un brasileiro en París, 1953-1954, Magias, 1955-1960 y Estação Central, 1961-1964, pasará del poema de contenido social, hasta la postal anímica, el relato de viajes o el humor fársico, pero dejándonos ya poemas que se convertirán en clásicos de su poesía y que culminarán en Finisterra, 1965-1972, considerado éste por Iván Junqueira como el mejor libro de Lêdo Ivo para esta etapa de su quehacer literario.
O soldado raso, 1980-1988, es un descanso para el poeta, en esta colección reúne los divertimentos de la vida literaria. Hechas para la burla, las breves composiciones de este libro participan del epigrama, la ironía y el franco sarcasmo. A noite misteriosa, 1973-1982, contiene el celebrado poema "Los pobres en la terminal de autobuses" que ha hecho de Lêdo Ivo un clásico de la poesía contemporánea. "Los pobres en la terminal de autobuses", es uno de los poemas más recordados y justamente celebrados del poeta de Maceió.
Calabar, 1985, es un drama poético que admite diversos personajes y voces que representan al pueblo mismo y a su memoria, de algún modo es la reivindicación de un personaje histórico singular, Domingo Fernandes Calabar, militar rebelde brasileño aliado de la invasión holandesa en el Nordeste de Brasil ocurrida en el año de 1632. Fue torturado y ejecutado por alta traición sin recibir sepultura, en su pueblo Porto Calvo de Alagoas en 1635.
En la siguiente etapa, Lêdo Ivo, publicará dos libros de poemas Mar oceano, 1983-1987 y Crepúsculo civil, 1988-1990, donde aparecerán nuevos y entrañables poemas que refieren a sus temas ya ensayados en los libros previos: la recuperación de la infancia y sus paisajes tropicales, las reflexiones sobre su idea particular de la divinidad y la siempre maravilla del mundo, que en su caso parecería como una infancia eterna y deslumbrada a cada momento.
En la última década del siglo, el poeta de Alagoas nos ofrece dos libros, Curral de peixe, 1991-1995 y O rumor da noite, 1996-2000. Lêdo Ivo repasará en estos libros sus constantes temáticas: el amor celebratorio, la vida de su pueblo, la memoria de la infancia. Sus poemas son fijas fotografías, se busca nombrar aquí el destello latente de la memoria, decir cada cosa según su lugar en el mundo y sobre todo, su lugar en la pantalla iluminada de la imaginación poética. El poeta es un pulso, agitada visión en la entre-sombra del esplendor.
El último libro que se recoge en sus obras completas es Plenilunio, 2001-2004, con más de mil páginas ya publicadas, lanza ahí un manifiesto a sesenta años de Imaginações: "Mi patria no es la lengua portuguesa. / Ninguna lengua es la patria.", con lo que parece construir una postura que confronta el reto que en la primera mitad del siglo había establecido Fernando Pessoa, "Mi patria es la lengua portuguesa".
En 2008, publica Réquiem que inmediatamente obtiene el prestigiado Premio Casa de las Américas de Cuba; de tono contristado, este libro es un canto funerario, el poeta se despide del mundo: "Todos los paisajes que vi se desmoronaron / en las postales corroídas." En 2011, la editorial española Vaso roto, publica de modo simultáneo Calima/Mormaço, edición bilingüe español-portugués de sus más nuevos poemas. Setenta años después de sus primeros versos, ese mismo muchacho lleno de días y de experiencias, el pasado 18 de febrero ha cumplido 88 años de edad.
En la poesía de Lêdo Ivo, escribir es un acto de registro de las impresiones del mundo pero también es una exploración de lo que no se conoce, de lo que se intuye por medio de las relaciones inexplicables entre sucesos y objetos que aparentemente no tienen una relación causal ni de coexistencia. La escritura entonces se convierte en el catalizador de estas irregulares convergencias de la memoria y de la imaginación. Escribir se vuelve un ensayar el mundo, un palpar en las sombras de la incomprensión hasta llegar a un territorio que nos ofrece seguridad en medio del riesgo. Lêdo Ivo es un poeta del rayo y de la memoria, acude en su poesía al mito instaurador de las florestas griegas. Mnémosine diosa de la memoria, es madre de la musas y su padre es Zeus, el dios del rayo. Se escribe para dejar memoria de lo vivido.
San Pedro Cholula, Puebla, México, febrero de 2012
Mario Bojórquez, escritor mexicano.
Del libro 'Estación final', de la colección Los Torreones, del Gimnasio Moderno
Justificación del poeta
Padre, mis pensamientos no caben en tu sala con piano tranquilo a un lado y oscuras
sillas vacías cerca de la ventana
mis inquietos pensamientos no caben en la salita con flores muriendo en los jarrones y
paisajes sonriendo en las molduras
deja que ellos se muevan más allá de las cortinas azules y caminen mucho más allá de
las ventanas abiertas
deja que se mezclen con el calmo resplandor de la luna
no te preocupes si los demás se espantan con tu hijo de ojos vivos y cabellos siempre
desaliñados
no te preocupes si recito poemas cuando la noche cae
el tiempo no existe en el alma del poeta
todo es universal y abarca todos los tiempos
los poetas, papá, son los corazones del mundo
son las manos de Dios escribiendo los poemas del mundo inseguro
no importa, papá, que digan que estoy loco
que lloro recargado en los puentes y me conmuevo en los teatros
que pregunto por la oscura Adriana cuando la madrugada baja
en silencio
en silencio
los poetas son los pianos del mundo
sólo ellos permanecerán inalterables delante de las musas y de Dios
sólo ellos tendrán la noción de la agonía del mundo
ayer un niño español fue despedazado por una bomba
mañana se encontrarán poemas en el bolsillo del suicida soñador
mientras tanto las grúas trabajan incansablemente día y noche
y los obreros fatigan sus brazos y sus piernas
ninguna oscilación habrá en la Poesía
ella quedará en equilibrio porque los ritmos la amparan
y Adriana no se prostituye.
Soy una elección. Soy una revolución.
sillas vacías cerca de la ventana
mis inquietos pensamientos no caben en la salita con flores muriendo en los jarrones y
paisajes sonriendo en las molduras
deja que ellos se muevan más allá de las cortinas azules y caminen mucho más allá de
las ventanas abiertas
deja que se mezclen con el calmo resplandor de la luna
no te preocupes si los demás se espantan con tu hijo de ojos vivos y cabellos siempre
desaliñados
no te preocupes si recito poemas cuando la noche cae
el tiempo no existe en el alma del poeta
todo es universal y abarca todos los tiempos
los poetas, papá, son los corazones del mundo
son las manos de Dios escribiendo los poemas del mundo inseguro
no importa, papá, que digan que estoy loco
que lloro recargado en los puentes y me conmuevo en los teatros
que pregunto por la oscura Adriana cuando la madrugada baja
en silencio
en silencio
los poetas son los pianos del mundo
sólo ellos permanecerán inalterables delante de las musas y de Dios
sólo ellos tendrán la noción de la agonía del mundo
ayer un niño español fue despedazado por una bomba
mañana se encontrarán poemas en el bolsillo del suicida soñador
mientras tanto las grúas trabajan incansablemente día y noche
y los obreros fatigan sus brazos y sus piernas
ninguna oscilación habrá en la Poesía
ella quedará en equilibrio porque los ritmos la amparan
y Adriana no se prostituye.
Soy una elección. Soy una revolución.
Los pobres en la terminal de autobuses
Los pobres viajan. En la terminal de autobuses
ellos alzan los cuellos como gansos para mirar
los letreros de los camiones. Sus miradas
son las de quien teme perder alguna cosa:
la maleta que guarda una radio de pilas y una chamarra
que tiene el color del frío de un día sin sueños,
el sandwich de mortadela en el fondo de la bolsa,
y el sol de suburbio y polvo más allá de los viaductos.
Entre el rumor de los alto-parlantes y el jadeo de los autobuses
ellos temen perder su propio viaje
escondido en la niebla de los horarios.
Los que dormitan en las bancas despiertan asustados,
aunque las pesadillas sean un privilegio
de aquellos que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón que tapa los poros de la nariz de los
muertos.
En las filas los pobres asumen un aire grave
que une temor, impaciencia y sumisión.
¡Cómo son grotescos! ¡Y cómo nos incomodan sus olores
aún a la distancia!
Y no tienen noción de las conveniencias, no saben comportarse en público.
El dedo sucio de nicotina restriega el ojo irritado
que retuvo del sueño sólo la legaña.
Del seno caído y túrgido un hilito de leche
que escurre hacia la pequeña boca habituada al llanto.
En la plataforma ellos van y vienen, saltan y aseguran maletas y paquetes,
hacen preguntas inoportunas en las ventanillas, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con el aire espantado
de quien no sabe el camino del salón de la vida.
¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas estrafalarias,
esos amarillos de aceite de palma que duelen a la vista delicada
del viajante obligado a soportar tantos olores incómodos,
y esos rojos contundentes de feria y de parque de diversiones?
Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.
Tampoco saben vivir: no tienen noción de la comodidad
aunque algunos de ellos posean hasta un televisor.
En verdad los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y poco elegante.)
Y en cualquier lugar del mundo ellos incomodan,
viajantes inoportunos que ocupan nuestros lugares
aún cuando estemos sentados y ellos viajen de pie.
ellos alzan los cuellos como gansos para mirar
los letreros de los camiones. Sus miradas
son las de quien teme perder alguna cosa:
la maleta que guarda una radio de pilas y una chamarra
que tiene el color del frío de un día sin sueños,
el sandwich de mortadela en el fondo de la bolsa,
y el sol de suburbio y polvo más allá de los viaductos.
Entre el rumor de los alto-parlantes y el jadeo de los autobuses
ellos temen perder su propio viaje
escondido en la niebla de los horarios.
Los que dormitan en las bancas despiertan asustados,
aunque las pesadillas sean un privilegio
de aquellos que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón que tapa los poros de la nariz de los
muertos.
En las filas los pobres asumen un aire grave
que une temor, impaciencia y sumisión.
¡Cómo son grotescos! ¡Y cómo nos incomodan sus olores
aún a la distancia!
Y no tienen noción de las conveniencias, no saben comportarse en público.
El dedo sucio de nicotina restriega el ojo irritado
que retuvo del sueño sólo la legaña.
Del seno caído y túrgido un hilito de leche
que escurre hacia la pequeña boca habituada al llanto.
En la plataforma ellos van y vienen, saltan y aseguran maletas y paquetes,
hacen preguntas inoportunas en las ventanillas, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con el aire espantado
de quien no sabe el camino del salón de la vida.
¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas estrafalarias,
esos amarillos de aceite de palma que duelen a la vista delicada
del viajante obligado a soportar tantos olores incómodos,
y esos rojos contundentes de feria y de parque de diversiones?
Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.
Tampoco saben vivir: no tienen noción de la comodidad
aunque algunos de ellos posean hasta un televisor.
En verdad los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y poco elegante.)
Y en cualquier lugar del mundo ellos incomodan,
viajantes inoportunos que ocupan nuestros lugares
aún cuando estemos sentados y ellos viajen de pie.
La nieve y el amor
En este día de calor ardiente, estoy esperando la nieve.
Siempre estuve a su espera.
Cuando niño leí Memorias de la Casa de los Muertos
y vi la nieve cayendo en la estepa siberiana
y en el abrigo roto de Fédor Dostoievski.
Amo la nieve porque ella no separa el día de la noche
ni aleja al cielo de las aflicciones de la tierra.
Une lo que está separado:
los pasos de los hombres condenados al hielo oscurecido
y los suspiros de amor que se pierden en el aire.
Es necesario tener un oído muy fino
para oír la música de la nieve cayendo, algo casi silencioso
como el rozar del ala de un ángel, en caso de que los ángeles existan,
o el estertor de un pájaro.
No se debe esperar la nieve como se espera al amor.
Son cosas diferentes. Basta que abramos los ojos para ver la nieve caer
en el campo desolado. Y ella cae en nosotros, la nieve blanca y fría
que no quema como el fuego del amor.
Para ver el amor nuestros ojos no bastan,
ni los oídos, ni la boca, ni aún nuestros corazones
que laten en la oscuridad con el mismo rumor
de la nieve cayendo en las estepas
y en los tejados de las cabañas oscuras
y en el abrigo roto de Fédor Dostoievski.
Para ver el amor nada basta. Y tanto el frío del invierno como el calor escaldante
lo alejan de nosotros, de nuestros brazos abiertos
y de nuestros corazones atormentados.
Fiel a mi infancia, prefiero ver la nieve
que une el cielo y la tierra, la noche y el día,
a ser presa indefensa del amor,
el amor que no es blanco ni puro ni frío como la nieve.
Siempre estuve a su espera.
Cuando niño leí Memorias de la Casa de los Muertos
y vi la nieve cayendo en la estepa siberiana
y en el abrigo roto de Fédor Dostoievski.
Amo la nieve porque ella no separa el día de la noche
ni aleja al cielo de las aflicciones de la tierra.
Une lo que está separado:
los pasos de los hombres condenados al hielo oscurecido
y los suspiros de amor que se pierden en el aire.
Es necesario tener un oído muy fino
para oír la música de la nieve cayendo, algo casi silencioso
como el rozar del ala de un ángel, en caso de que los ángeles existan,
o el estertor de un pájaro.
No se debe esperar la nieve como se espera al amor.
Son cosas diferentes. Basta que abramos los ojos para ver la nieve caer
en el campo desolado. Y ella cae en nosotros, la nieve blanca y fría
que no quema como el fuego del amor.
Para ver el amor nuestros ojos no bastan,
ni los oídos, ni la boca, ni aún nuestros corazones
que laten en la oscuridad con el mismo rumor
de la nieve cayendo en las estepas
y en los tejados de las cabañas oscuras
y en el abrigo roto de Fédor Dostoievski.
Para ver el amor nada basta. Y tanto el frío del invierno como el calor escaldante
lo alejan de nosotros, de nuestros brazos abiertos
y de nuestros corazones atormentados.
Fiel a mi infancia, prefiero ver la nieve
que une el cielo y la tierra, la noche y el día,
a ser presa indefensa del amor,
el amor que no es blanco ni puro ni frío como la nieve.
Lêdo Ivo, Estación Final, Colección Los torreones, selección, traducción y prólogo de Mario Bojórquez, Bogotá, 2012
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