Dos formas de sentir nostalgia
Omar Alcántara
Unos minutos después del mediodía, ante una nutrida asistencia, el ensayista y poeta Alí Calderón fue el primero en tomar la palabra. Durante su intervención comentó la obra de Álvaro Solís, al tiempo que invitó a una reflexión sobre la estética de la poesía actual: en su opinión, mucho de esta estética “se nos ha impuesto”, alejándonos de lo que el consideró “la razón de ser del poema”: el estremecer. De ahí que elogiara la poesía de Solís, ya que, en su experiencia, él es de los “pocos poetas de su generación que provocan algo”. Alí Calderón también destacó “el prodigioso lirismo, [el] desborde de melancolía y soledad” que se halla en la poesía de Solís, y apuntó que sus “hallazgos extraordinarios” lo ubican “lejos del vacío conceptual”, por lo que lo llamó digno heredero del poeta José Carlos Becerra, con quien Solís comparte el origen tabasqueño.
El poeta Jair Cortés, por su parte, se encargó de comentar el libro y la poesía de Mario Bojórquez. Comenzó hablando de la amistad que los une, y enseguida hizo referencia al trabajo de Bojórquez, destacando en él su “preocupación estética múltiple” y “su asombroso manejo del lenguaje”. A decir de Jair Cortés, en Diván de Mouraria se expresan “las más profundas pasiones del hombre”, con lo que destacó en el libro presentado tanto la expresión, como el hecho de que en cada uno de sus versos de siempre encontremos un “hallazgo poético”.
A continuación, fueron los autores de Cantalao y Diván de Mouraria quienes tomaron la palabra. Álvaro Solís habló del origen de la palabra “Cantalao”, que se refiere a un pueblo ficticio en donde Pablo Neruda imaginó una comunidad de artistas junto al mar, y que Solís descubrió en la lectura de una biografía sobre el poeta chileno: “Este libro, titulado Cantalao, habla un poco sobre aquel pueblo que no existió […] por lo que las dos primeras partes [del libro] son la descripción [del mismo]”. Álvaro Solís comentó también sobre la nostalgia que experimenta al recordar su estado natal, nostalgia que contagió al auditorio al entonar intensamente sus versos: “Alguien dicta al oído lo que escribo, nadie más escucha su palabra de sombra sin voz, sin labios, sin diafragma. Alguien dicta lo que escribo, su voz habla a mis manos, yo no escucho, no es palabra el sustrato; es latido” (“Escribano”).Álvaro Solís, como lo hiciera después Bojórquez, leía y de reojo miraba a los presentes, como si buscara en ellos los efectos de sus palabras. Concentrado, trasmitía diversas emociones: “El mar es la tumba de Dios sin epitafio”. Sus versos fueron como una marejada tierna y susurrante en la sala. Y concluyó con su poema “Testamento”: “Con discreción tírenme al río […] con la discreción de la ceniza”.
Mario Bojórquez, quien permaneció muy atentó a la lectura de Solís, elogió la lectura de su amigo al tomar la palabra. También habló sobre la composición de Diván de Mouraria: “[Lo] escribí en la soledad más plena [y] es un libro al que le tengo mucho afecto”. Y, como si no hubiera bastado el torrente emocional de la lectura de Solís, Bojórquez –en otra tesitura, en otro estilo, en donde la gesticulación de sus manos buscó acompañar en casi todo momento la fuerza de sus versos–, leyó sus poemas: “Porque he puesto en tus manos mi esqueleto de sombras/ en tus ojos abiertos ha crecido el espanto/ gacela de los días, náufrago de mi cuerpo” (“Gacela de antes del amor”).Una tras otra, las gacelas y las casidas (poemas con filiación métrica y poética árabe) que componen su poemario, se expresaron con gozo. Después de algunos poemas hizo algunos comentarios: recordó a John Keats y puntualizó sobre los títulos de sus poemas. Y, nuevamente, vivió cada palabra suya: ya no leyó, sino que citó de memoria: “Todos tenemos una partícula de odio…”
Los asistentes agradecieron con fuertes aplausos a los dos poetas, ambos ganadores de premios, ambos destacados escritores que dan fe de la cabal salud de la poesía en nuestro país.
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